jueves, 28 de diciembre de 2006

A Tribop


Then life becomes fascinated with this new wonder,
and asks to be admitted into the charmed circle
O. Wilde

Desde hace ya un tiempo estoy buscando reencontrarme con el arte, en cualquiera de sus manifestaciones, para escapar aunque sea por breves momentos del desagradable mundo del mercadeo y su ejército de yuppies. Cuando digo arte (¡atentos eruditos!) lo hago para referirme a expresiones humanas que no se limitan a redibujar lo que ya está, lo que ya existe; sino que se plasman con sinceridad diciendo y creando lo que les provoca, muy a la manera de los mentirosos de Wilde o los piantados de Cortázar. Digo esto para no meterme en debates de los que saldré perjudicado en mi condición de laico de las artes.

Todo el “disclaimer” anterior viene a colación por el redescubrimiento de la banda Tribop, cuya puesta en escena deslumbra por su intensidad y por la autenticidad de su propuesta musical y le permite a los que tenemos el gusto de escucharlos, disfrutar de ese paréntesis del que hablé en el párrafo anterior. Y digo redescubrimiento porque aún cuando ya los había escuchado, nunca como el martes tuve la oportunidad de disfrutar a plenitud de sus piezas.

El que esté buscando alternativas musicales originales, sin que descansen en modelos gastados y lugares comunes, conseguirán en tribop una excelente solución. Disfrutarán de música lúdica, brillantemente interpretada y, sobre todas las cosas, auténtica (moneda poco corriente en estos tiempos de reggeaton y de ricardo arjona).

Si quieren un adelanto, hagan click acá
http://www.myspace.com/tribop

miércoles, 20 de diciembre de 2006

Coincidencias

Estoy leyendo por primera vez (por una deuda personal que todavía es extensa y que mantengo desde hace tiempo con la literatura venezolana) nuestro clásico "Doña Bárbara".
Evidentemente no es nada novedoso decir que en la célebre novela de Don Rómulo se puede ver claramente parte de la identidad venezolana, por lo que no pretendo profundizar en ese aspecto.
Quiero, eso si, compartir este brevísimo extracto que no merece comentario.
Hasta el próximo post...
RC.
"Se parecía a casi todos los de su oficio, como un toro a otro del mismo pelo, pues no poseía ni más ni menos que lo necesario para ser jefe civil de pueblos como aquél: una ignorancia absoluta, un temperamente despótico y un grado adquirido en correrías militares"
Doña Bárbara, capítulo I de la segunda parte, 3era edición Biblioteca Ayacucho

jueves, 14 de diciembre de 2006

Tañen por nosotros







En vista de que la fiebre del blog me consume y, además, de que no hallo que más colocar en él, me veo obligado a subir una reflexión de mi cosecha en razón de los atroces homicidios de los hermanos Faddoul (remember, anyone?). Sabran disculpar el anacronismo.



RC.
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No odies a tu enemigo,
porque si lo haces,
eres de algún modo su esclavo.
Tu odio nunca será mejor que tu paz.

Fragmentos de un Evangelio Apócrifo
Jorge Luis Borges

No man is an island, entire of itself;
every man is a piece of the continent,
a part of the main. (…)
Any man’s death diminishes me,
because I am involved in mankind,
and therefore,
never send to know for whom the bell tolls;
it tolls for thee

John Donne,
Devotions upon emergent occasions,
Chapter 17.


En la mañana de un miércoles, que ha podido ser como cualquier otro, las voces matutinas de la radio y los titulares de la prensa me invadieron y conmovieron en lo más hondo. Tres niños y su chofer son hallados sin vida en un monte anónimo, dando de esa manera fin a 42 días de incertidumbre; incertidumbre que se transforma, desde la tinta de los titulares, en agonía e indignación de todos.


La noticia me invade, no me deja en paz, me sacude. Lo mismo le ocurre a miles de personas que se lanzan a las calles a protestar por el brutal homicidio. Ese miércoles parece unir la voz de todos los caraqueños que piden a gritos justicia. Se dejan oír en los diferentes medios diversidad de opiniones y manifestaciones condenando el hecho. Se cierran autopistas, se encienden las luces de emergencia de los carros, se reseña la abominable noticia una y otra vez. Es imposible no conmoverse. Es imposible escapar. La muerte se presenta insolente frente a todos nosotros y nos muestra una de sus caras más horrendas y todos, sin distingo alguno, respondemos con temor. ¿Por qué, sin embargo, este hecho parece tan singular? ¿Son estos hermanos los primeros en encontrarse con la muerte de esta manera tan atroz? La respuesta a la primera pregunta es esquiva. La segunda, no obstante, parece unívocamente negativa. Diariamente en Caracas cientos de niños y adolescente se enfrentan con una realidad que no eligieron y que muchos juzgamos ajena. Ellos se alimentan de la basura, se prostituyen en las calles, se mueren de inanición o de sobredosis abandonados bajo algún puente, pero nadie parece notarlo. O mejor, nadie parece querer notarlo. Ese tipo de tragedias siempre le ocurre a otro. Pienso entonces en las palabras de Donne. Pienso en la sociedad, en los valores, en la decadencia, en el cinismo. Pienso y me asusto. Escucho y me indigno. Se nos cayó a todos el velo psicológico que nos defendía de esa realidad, haciendo cruelmente precisas las palabras del poeta inglés. Nadie es una isla. Todos somos parte del mismo continente. Un hombre es todos los hombres. Un niño es todos los niños.

A un general

Siguiendo con los homenajes al enormísimo Cronopio coloque este breve poema, cuya intensidad me impresiona y cuyo tema - además - es estremecedoramente cercano.


Región de manos sucias, de pinceles sin pelo
de niños boca abajo, de
cepillos de dientes

Zona donde la rata se ennoblece
y hay
banderas innúmeras y cantan himnos
y alguien te prende, hijo de puta,
una
medalla sobre el pecho

Y te pudres lo mismo

martes, 12 de diciembre de 2006

Destruyendo a Caracas



Se espera, escondido en el pasto,
a que una gran nube de la especie cúmulo
se sitúe sobre la ciudad aborrecida.
Se dispara entonces la flecha petrificadora,
la nube se convierte en mármol,
y el resto no merece comentario.
Julio Cortázar – Manera sencillísima de destruir una ciudadr


…therefore let us make the best of a bad matter;
and, as it is impossible to hammer anything out of it for moral purposes,
let us treat it aesthetically
and see if it will turn to account in that way
Thomas De Quincey



Un apreciado amigo suele decir – cuando hablamos de Caracas, de nuestros tiempos y de esa ilusión extraña que es el futuro – que antes de ponerse a pensar en la razones para irse de Caracas es aconsejable pensar en las razones que uno tiene para quedarse. Pienso inevitablemente en Julio, ese enormísimo cronopio que tanto nos ha enseñado sobre el humor y el arte de estar siempre un poco piantado, y veo en el consejo de mi amigo un dejo de sabiduría que pocos advierten y que muchos (incluyéndome, tristemente) suelen tomar a la ligera.

Ciertamente, nos encontramos en un momento histórico en los que no nos vendría nada mal sentarnos a esperar por esa nube especie cúmulo, armados con la flecha mitológica, para deshacernos rápidamente de esa hidra de mil cabezas que es hoy la ciudad capital de la república bolivariana (y por qué no, de muchos de sus habitantes). Probablemente, apreciado lector, esté UD. juzgándome y estrellándome en la cara una larga lista de adjetivos nada felices, pero la verdad es que ésa es la sensación que me embarga en este momento por lo que mucho desearía tener el arco cargado y listo entre mis manos, con la vista clavada al cielo esperando por la nube salvadora. Al fin y al cabo, la ciudad camina decidida hacia su fin, de mano de un grupo de gente sin escrúpulos, para quienes la basura se ha convertido en paisaje y entre quienes no se encuentra la menor señal de cordura y civilización (feas palabras las dos, lo sé, pero qué le voy a hacer).

De Quincey nos enseñó hace tiempo que cuando un hecho éticamente condenable ya ha pasado, no está mal acercarse a éste desde un juicio estético, (agrego, sin temor a repetirme, otra cita del inglés: “murder, for instance, may be lay hold of by its moral handle, (…) and that, I confess, is its weak side; or it may also be treated aesthetically, as the german call it, that is, in relation to good taste”) de modo que si Caracas ha de desaparecer, bien podría hacerlo aplastada por un mármol gigante de la especie cúmulo, para que al menos nos quedara algo que contar. Si se lo piensa bien, mi idea, lejos de presagiar o desear un desastre (aunque es un poco eso también), busca añadirle un toque de poesía a un evento que por mucho que nos esmeremos en negar ocurrirá tarde o temprano. Y es que mi amigo tiene razón, pues cuesta horrores conseguir razones para quedarse en Caracas, máxime si cuando uno lo intenta se tropieza en su mente con recuerdos vívidos de bazares putrefactos, personas (¿?) hacinadas, largas serpientes metálicas atascadas mutuamente, ruidos, ladrones y mejor paremos de contar. Si me preguntan a mi cómo lo haría, contestaría que aguardaría por el cúmulo desde la terraza de un edificio en Sabana Grande, lugar que es sin duda el epicentro del desastre o el cuello común de la hidra, para seguir con la metáfora. Con mucha paciencia esperaría a que el cúmulo se posara justo sobre la calle Negrín, y una vez allí, dispararía sonriente la flecha fatal. ¡Con cuanta alegría la vería caer sólidamente sobre la disminuida calle, aplastando todo y a todos los que por allí transiten! Hemos de morir, pero añadiremos una palabra al poema, diría mi apreciado Borges.

lunes, 11 de diciembre de 2006

Del sentinimiento de no estar del todo





Jamais réel et toujours vrai
(En un dibujo de Antonin Artaud)



Siempre seré como un niño para tantas cosas, pero uno de esos niños que desde el comienzo llevan consigo al adulto, de manera que cuando el monstruito llega verdaderamente a adulto ocurre que a su vez éste lleva consigo al niño, y nel mezzo del camin se da una coexistencia pocas veces pacífica de por lo menos dos aperturas al mundo.
Esto puede entenderse metafóricamente pero apunta en todo caso a un temperamento que no ha renunciado a la visión pueril como precio de la visión adulta, y esa yuxtaposición que hace al poeta y quizá al criminal, y también al cronopio y al humorista (cuestión de dosis diferentes, de acentuación aguda o esdrújula, de elecciones: ahora juego, ahora mato) se manifiesta en el sentimiento de no estar del todo en cualquiera de las estructuras, de las telas que arma la vida y en las que somos a la vez araña y mosca.
Mucho de lo que he escrito se ordena bajo el signo de la excentricidad, puesto que entre vivir y escribir nunca admití una clara diferencia; si viviendo alcanzo a disimular una participación parcial en mi circunstancia, en cambio no puedo negarla en lo que escribo puesto que precisamente escribo por no estar o por estar a medias. Escribo por falencia, por descolocación; y como escribo desde un intersticio, estoy siempre invitando a que otros busquen los suyos y miren por ellos el jardín donde los árboles tienen frutos que son, por supuesto, piedras preciosas. El monstruito sigue firme.
Esta especie de constante lúdica explica, sino justifica, mucho de lo que he escrito o he vivido. Se reprocha a mis novelas -ese juego al borde del balcón, ese fósforo al lado de la botella de nafta, ese revólver cargado en la mesa de luz- una búsqueda intelectual de la novela misma, que sería así como un continuo comentario de la acción y muchas veces la acción de un comentario. Me aburre argumentar a posteriori que a lo largo de esa dialéctica mágica un hombre-niño está luchando por rematar el juego de su vida: que sí, que no, que en ésta está. Porque un juego, bien mirado, ¿no es un proceso que parte de una descolocación para llegar a una colocación, a un emplazamiento -golf, jaque mate, piedra libre? ¿No es el cumplimiento de una ceremonia que marcha hacia la fijación final de la corona?
El hombre de nuestro tiempo cree fácilmente que su información filosófica e histórica lo salva del realismo ingenuo. En conferencias universitarias y en charlas de café llega a admitir que la realidad no es lo que parece, y está siempre dispuesto a reconocer que sus sentidos lo engañan y que su inteligencia le fabrica una visión tolerable pero incompleta del mundo. Cada vez que piensa metafísicamente se siente "más triste y más sabio", pero su admisión es momentánea y excepcional mientras que el continuo de la vida lo instala de lleno en la apariencia, la concreta en torno de él, la viste de definiciones, funciones y valores. Ese hombre es un ingenuo realista más que un realista ingenuo. Basta observar su comportamiento frente a lo excepcional, lo insólito; o lo reduce a fenómeno estético o poético ("era algo realmente surrealista, te juro") o renuncia en seguida a indagar en la entrevisión que han podido darle un sueño, un acto fallido, una asociación verbal o causal fuera de lo común, una coincidencia turbadora, cualquiera de las instantáneas fracturas del continuo. Si se lo interroga, dirá que no cree del todo en la realidad cotidiana y que sólo la acepta pragmáticamente. Pero vaya si cree, es en lo único que cree. Su sentido de la vida se parece al mecanismo de su mirada. A veces tiene una efímera conciencia de que cada tantos segundos los párpados interrumpen la visión que su conciencia ha decidido entender como permanente y continua; pero casi de inmediato el pestañeo vuelve a ser inconsciente, el libro o la manzana se fijan en su obstinada apariencia. Hay como un acuerdo de caballeros entre la circunstancia y los circunstanciados: tú no me sacas de mis costumbres, y yo no te ando escarbando con un palito. Pero ahora pasa que el hombre-niño no es un caballero sino un cronopio que no entiende bien el sistema de líneas de fuga gracias a las cuales se crea una perspectiva satisfactoria de esa circunstancia, o bien, como sucede en los collages mal resueltos, se siente en una escala diferente con respecto a la de la circunstancia, una hormiga que no cabe en un palacio o un número cuatro en el que no caben más que tres o cinco unidades. A mí esto me ocurre palpablemente, a veces soy más grande que el caballo que monto, y otros días me caigo en uno de mis zapatos y me doy un golpe terrible, sin contar el trabajo para salir, las escalas fabricadas nudo a nudo con los cordones y el terrible descubrimiento, ya en el borde, de que alguien ha guardado el zapato en un ropero y que estoy peor que Edmundo Dantés en el castillo de If porque ni siquiera hay un abate a tiro en los roperos de mi casa.
Y me gusta, y soy terriblemente feliz en mi infierno, y escribo. Vivo y escribo amenazado por esa lateralidad, por ese paralaje verdadero, por estar siempre un poco más a la izquierda o más al fondo del lugar donde se debería estar para que todo cuajara satisfactoriamente en un día más de vida sin conflictos. Desde muy pequeño asumí con los dientes apretados esa condición que me dividía de mis amigos y a la vez los atraía hacia el raro, el diferente, el que metía el dedo en el ventilador. No estaba privado de felicidad; la única condición era coincidir de a ratos (el camarada, el tío excéntrico, la vieja loca) con otro que tampoco calzara de lleno en su matrícula, y desde luego que no era fácil; pero pronto descubrí los gatos, en los que podía imaginar mi propia condición, y los libros donde la encontraba de lleno. En esos años hubiera podido decirme los versos quizá apócrifos de Poe:

From childhood's hour I have not been
As others were; I have not seen
As others saw; I could not bring
My passions from a common spring-

Pero lo que para el virginiano era un estigma (luciferino, pero por ello mismo montruoso) que lo aislaba y condenaba,

And all I loved, I loved alone

no me divorció de aquellos cuyo redondo universo sólo tangencialmente compartía. Hipócrita sutil, aptitud para todos los mimetismos, ternura que rebasaba los límites y me los disimulaba; las sorpresas y las aflicciones de la primera edad se teñían de ironía amable. Me acuerdo: a los once años presté a un camarada El secreto de Wilhelm Storitz, donde Julio Verne me proponía como siempre un comienzo natural y entrañable con una realidad nada desemejante a la cotidiana. Mi amigo me devolvió el libro: "No lo terminé, es demasiado fantástico." Jamás renunciaré a la sorpresa escandalizada de ese minuto. ¿Fantástica, la invisibilidad de un hombre? Entonces, ¿sólo en el fútbol, en el café con leche, en las primeras coincidencias sexuales podíamos encontrarnos?
Adolescente, creí como tantos, que mi continuo extrañamiento era el signo anunciador del poeta, y escribí los poemas que se escriben entonces y que siempre son más fáciles de escribir que la prosa a esa altura de la vida que repite en el individuo las fases de la literatura. Con los años descubrí que si todo poeta es un extrañado, no todo extrañado es poeta en la acepción genérica del término. Entro aquí en terreno polémico, recoja el guante quien quiera. Si por poeta entendemos funcionalmente al que escribe poemas, la razón de que los escriba (no se discute la calidad) nace de que su extrañamiento como persona suscita siempre un mecanismo de challenge and response; así cada vez que el poeta es sensible a su lateralidad, a situación extrínseca en una realidad aparentemente intrínseca, reacciona poéticamente (casi diría profesionalmente, sobre todo a partir de su madurez técnica); dicho de otra manera, escribe poemas que son como petrificaciones de ese extrañamiento, lo que el poeta ve o siente en lugar de, o al lado de, o por debajo de, o en contra de, remitiendo este de a lo que los demás ven tal como creen que es, sin desplazamiento ni crítica interna. Dudo de que exista un solo gran poema que no haya nacido de esa extrañeza o que no la traduzca; más aún, que no la active y la potencie al sospechar que es precisamente la zona intersticial por donde cabe acceder. También el filósofo se extraña y se descoloca deliberadamente para descubrir las fisuras de lo aparencial, y su búsqueda nace igualmente de un challenge and response; en ambos casos, aunque los fines sean diferentes, hay una respuesta instrumental, una actitud técnica frente a un objeto definido.
Pero ya se ha visto que no todos los extrañados son poetas o filósofos profesionales. Casi siempre empiezan por serlo o por querer serlo, pero llega el día en que se dan cuenta de que no pueden o que no están obligados a esa response casi fatal que es el poema o la filosofía frente al challenge del extrañamiento. Su actitud se vuelve defensiva, egoísta si se quiere puesto que se trata de preservar por sobre todo la lucidez, resistir a la solapada deformación que la cotidianeidad codificada va montando en la conciencia con la activa participación de la inteligencia razonante, los medios de información, el hedonismo, la arterioesclerosis y el matrimonio inter alia. Los humoristas, algunos anarquistas, no pocos criminales y cantidad de cuentistas y novelistas se sitúan en este sector poco definible en el que la condición de extrañado no acarrea necesariamente una respuesta de orden poético. Estos poetas no profesionales sobrellevan su desplazamiento con mayor naturalidad y menor brillo, y hasta podría decirse que su noción del extrañamiento es lúdica por comparación con la respuesta lírica o trágica del poeta. Mientras éste libra siempre un combate, los extrañados a secas se integran en la excentricidad hasta un punto en que lo excepcional de esa condición, que suscita el challenge para el poeta o el filósofo, tiende a volverse condición natural del sujeto extrañado, que así lo ha querido y que por eso ha ajustado su conducta a esa aceptación paulatina. Pienso en Jarry, en un lento comercio a base de humor, de ironía, de familiaridad, que termina por inclinar la balanza del lado de las excepciones, por anular la diferencia escandalosa entre lo sólito y lo insólito, y permite el paso cotidiano, sin responseconcreta porque ya no hay challenge, a un plano que a falta de mejor nombre seguiremos llamando realidad pero sin que sea ya un flatus vocis o un peor es nada.


Volviendo a Eugenia Grandet


Tal vez ahora se comprenda mejor algo de lo que quise hacer en lo que llevo escrito, para liquidar un malentendido que acrecienta injustamente las ganancias de las casas Waterman y Pelikan. Los que me reprochan escribir novelas donde casi continuamente se pone en duda lo que acaba de afirmarse o se afirma empecinadamente toda razón de duda, insisten en que lo más aceptable de mi literatura son algunos cuentos donde se advierte una creación unívoca, sin miradas hacia atrás o paseítos hamletianos dentro de la estructura misma de lo narrado. A mí se me hace que esta distinción taxativa entre dos maneras de escribir no se funda tanto en las razones o los logros del autor como en la comodidad del que lee. Para qué volver sobre el hecho sabido de que cuanto más se parece un libro a una pipa de opio más satisfecho queda el chino que lo fuma, dispuesto a lo sumo a discutir la calidad del opio pero no sus efectos letárgicos. Los partidarios de esos cuentos pasan por alto que la anécdota de cada relato es también un testimonio de extrañamiento, cuando no una provocación tendiente a suscitarla en el lector. Se ha dicho que en mis relatos lo fantástico se desgaja de lo "real" o se inserta en él, y que ese brusco y casi siempre inesperado desajuste entre un satisfactorio horizonte razonable y la irrupción de lo insólito es lo que les da eficacia como materia literaria. Pero entonces, ¿qué importa que en esos cuentos se narre sin solución de continuidad una acción capaz de seducir a lector, si lo que subliminalmente lo seduce no es la unidad del proceso narrativo sino la disrupción en plena apariencia unívoca? Un eficaz oficio puede avasallar al lector sin darle oportunidad de ejercer su sentido crítico en el curso de la lectura, pero no es por el oficio que esas narraciones se distinguen de otras tentativas; bien o mal escritas son en su mayoría de la misma estofa que mis novelas, aperturas sobre el extrañamiento, instancias de una descolocación desde la cual lo sólito cesa de ser tranquilizador porque nada es sólito apenas se le somete a un escrutinio sigiloso y sostenido. Preguntale a Macedonio, a Francis Ponge, a Michaux.
Alguien dirá que una cosa es mostrar un extrañamiento tal como se da o como cabe parafrasearlo literariamente, y otra muy distinta debatirlo en un plano dialéctico como suele ocurrir en mis novelas. En tanto lector, tiene pleno derecho a preferir uno u otro vehículo, optar por una participación o por una reflexión. Sin embargo, debería abstenerse de criticar la novela en nombre del cuento (o a la inversa si hubiera alguien tentado a hacerlo) puesto que la actitud central sigue siendo la misma y lo único disímil son las perspectivas en que se sitúa le autor para multiplicar sus posibilidades intersticiales. Rayuela es de alguna manera la filosofía de mis cuentos, una indagación sobre lo que determinó a lo largo de muchos años su materia o su impulso. Poco o nada reflexiono al escribir un relato; como ocurre con los poemas, tengo la impresión de que se hubieran escrito a sí mismos y no creo jactarme si digo que muchos de ellos participan de esa suspensión de la contingencia y de la incredulidad en las que Coleridge veía las notas privativas de la más alta operación poética. Por el contrario, las novelas han sido empresas más sistemáticas, en las que la enajenación de raíz poética sólo intervino intermitentemente para llevar adelante una acción demorada por la reflexión. ¿Pero se ha advertido lo bastante que esa reflexión participa menos de la lógica que de la mántica, que no es tanto dialéctica como asociación verbal o imaginativa? Lo que llamo aquí reflexión merecería quizá otro nombre o en todo caso otra connotación; también Hamlet reflexionó sobre su acción o su inacción, también el Ulrich de Musil o el cónsul de Malcolm Lowry. Pero es casi fatal que estos altos en la hipnosis, en los que el autor reclama una vigilia activa del lector, sean recibidos por los clientes del fumadero con un considerable grado de consternación.
Para terminar: también a mí me gustan esos capítulos de Rayuela que los críticos han coincidido casi siempre en subrayar: el concierto de Berthe Trépat, la muerte de Rocamadour. Y sin embargo no creo que en ellos esté ni por asomo la justificación del libro. No puedo dejar de ver que, fatalmente, quienes elogian esos capítulos están elogiando un eslabón más dentro de la tradición novelística, dentro de un terreno material y ortodoxo. Me sumo a los pocos críticos que han querido ver en Rayuela la denuncia imperfecta y desesperada del establishment de las letras, a la vez espejo y pantalla del otro establishment que está haciendo de Adán cibernética y minuciosamente, lo que delata su nombre apenas se lo lee al revés: nada.

Intro

Breve espacio para compartir, como todos los Blogs, las cosas que llaman mi atención. También hallarán alguno que otro intento literario.