jueves, 30 de agosto de 2007

Presagio

domingo, 19 de agosto de 2007

Nuestras luchas con la hidra


He venido pensando mucho sobre el asunto de la identidad estos últimos días, un poco por trabajo, otro poco por psicólogo reincidente y otro poco por curiosidad. Y es que en este mundo fragmentado que vivimos, la identidad está pasando cada vez más a ser un tema central. Soy de los que piensa, no sé bien por qué, que la búsqueda incesante de una identidad coherente es lo que hace al mundo girar, haciendo que buena parte de nuestro comportamiento esté movido por esa necesidad. Ojo que hay una trampa en la palabra coherente, porque no quiere decir, a mi entender, una identidad única, sólida, con sentido. Es quizá una coherencia personal, muy postmoderna, que le de sentido a la vida que nos tocó en suerte en este maremoto informativo que es hoy el planeta tierra.

Es así que, a veces sin desearlo, me tropiezo una y otra vez con el fulano tema, y lo que me lleva a escribir estas líneas es el haberlo hallado en uno de mis constantes regresos a Julio Cortázar.

Uno de sus libros más lúdicos (si es que alguno no lo es), Un Tal Lucas, tiene como primera pieza “Lucas, sus luchas con la hidra” en el que se puede leer lo siguiente:

Ahora que se va poniendo viejo se da cuenta de que no es fácil matarla.
 Ser una hidra es fácil pero matarla no, porque si bien hay que matar a la hidra cortándole sus numerosas cabezas (de siete a nueve según los autores o bestiarios consultables), es preciso dejarle por lo menos una, puesto que la hidra es el mismo Lucas y lo que él quisiera es salir de la hidra pero quedarse en Lucas, pasar de lo poli a lo unicéfalo. Ahí te quiero ver, dice Lucas envidiándolo a Heracles que nunca tuvo tales problemas con la hidra y que después de entrarle a mandoble limpio la dejó como una vistosa fuente de la que brotaban siete o nueve juegos de sangre. Una cosa es matar a la hidra y otra ser esa hidra que alguna vez fue solamente Lucas y quisiera volver a serlo. Por ejemplo, le das un tajo en la cabeza que colecciona discos, y le das otro en la que invariablemente pone la pipa del lado izquierdo del escritorio y el vaso con los lápices de fieltro a la derecha y un poco atrás. Se trata ahora de apreciar los resultados.

Lucas, pobre, lucha igual que nosotros con esa hidra en la que nos vamos convirtiendo cada vez que se nos antoja algo nuevo, o nos hacemos fanáticos de algún producto (a mi me pasa con las Mac y su inmensa carga de identidad, que mi ingenuidad y resignación han decidido abrazar completamente), nos empatamos en la nueva “onda”, nos declaramos a favor de algo y en contra de su opuesto (a veces ni eso logramos y estamos a la vez a favor y en contra de lo mismo, habrase visto).

El truco, probablemente, es saber que está bien ser una hidra de siete o nueve cabezas y que es hasta divertido poder moverse del positivismo al arte pop, del barroco a spider – man, sin que se nos mueva un pelo.
Cerremos este post con algo más del enormísimo Cronopio.

En el espejo del baño Lucas ve la hidra completa con sus bocas de brillantes sonrisas, todos los dientes afuera. Siete cabezas, una por cada década; para peor, la sospecha de que todavía pueden crecerle dos para conformar a ciertas autoridades en materia hídrica, eso siempre que haya salud