miércoles, 28 de noviembre de 2007

Libro del desasosiego


It is a very sad thing that nowadays there is so little useless information. Oscar Wilde, a few maxims

De vez en cuando se tropieza uno con libros desequilibrantes, cuyos símbolos nos hacen trastabillar y nos catapultan a horas de pensamiento sin objetivo, que quizá sea el mejor tipo de pensamiento. Así fue que, caminando por mi querida Buenos Aires (esa ciudad mágica llena de escondites asombrosos, poblada de librerías y teatros), tropecé de cara con Pessoa. Lo he venido buscando desde hace tiempo a Fernando, porque he leído comentarios sobre él que me han capturado totalmente. Por ejemplo, esa fabulosa idea de crear múltiples heterónimos, que más que firmas distintas para su inusual obra, llegan a ser personas totalmente reales para quienes nos sumergimos en sus textos. Al fin y al cabo, después de más de 80 años de muerto, qué diferencia puede haber para mi, un humilde lector, entre Ricardo Reis, Fernando Pessoa o Bernardo Soares. Pero el objetivo de esta nota no es hacer una semblanza de Pessoa (eso vendrá después, luego de que haya leído un poco más de él y sobre él), sino compartir con Uds el primero de los textos sueltos que habitan el “libro del desasosiego” (esa palabra es la mas justa, pues parecen vivos todos los textos caóticos que lo componen). Vaya pues, esta pequeña joya, totalmente actual y afín, al menos, con mi manera de ver, entender y disfrutar de la literatura.
C.
***
Autobiografía sin hechos

1.

Nací en un tiempo en el que la mayoría de los jóvenes habían dejado de creer en Dios, por la misma razón que sus mayores habían creído en Él - sin saber por qué. Siendo así, y dado que el espíritu humano tiende naturalmente a critircar porque siente y no porque piensa, la mayoría de los jóvenes eligió la Humanidad como sucedáneo de Dios. Pertenezco, sin embargo, a esa especie de hombres que están siempre al margen de aquello a lo que pertenecen y no ven sólo la multitud de la que forman parte, sino también los grandes espacios que hay a los costados. Por eso, ni abandoné a Dios tan ampliamente como ellos, ni acepté nunca la Humanidad. Consideré que Dios, si bien improbable, podría ser y en consecuencia, también ser adorado; pero que la Humanidad, siendo una mera idea biológica, cuyo significado se limita a la especia animal humana, no era más digna de adoración que cualquier otra especie animal. Este culto a la Humanidad, con sus ritos de Libertad e Igualdad, me pareció siempre una resurrección de los cultos antiguos, en que los animales eran como dioses, o los dioses tenían cabezas de animales.
De tal manera, no sabiendo creer en Dios, y no pudiendo creer en una suma de animales, me ubiqué, como alguna otra gente marginal, a esa distancia de todo a la que vulgarmente se la llama Decadencia. La Decadencia es la pérdida total de inconsciencia; porque la inconsciencia es el fundamento de la vida. El corazón, si pudiese pensar, se detendría.
A quien como yo no sabe, viviendo, tener vida, ¿Qué le resta sino, como a mis pocos pares, la renuncia como actitud y la contemplación como destino? No sabiendo qué es la vida religiosa, incapaces de saberlo, porque no se tiene fe con la razón; ni sabiendo incluso qué hacer con ella ante nosotros, nos quedaba, como motivo para tener alma, la contemplación estética de la vida. Y así, ajenos a la solemnidad de todos los mundos, indiferentes a lo divino y desdeñosos de lo humano, nos entregamos con frivolidad a la sensación sin propósito, cultivada en un epicureísmo refinado, como conviene a nuestros nervios cerebrales.
Reteniendo de la ciencia aquel precepto suyo y tan central, de que todo está sujeto a leyes fatales, contra la cuales no hay cómo reaccionar con independencia, porque incluso esa reacción responde al mandato que ellas nos imponen; y verificando de qué modo ese precepto se ajusta a otro, más antiguo , de la divina fatalidad de las cosas, abdicamos del esfuerzo como los débiles del entretenimiento de los atletas , y nos inclinamos sobre el libro de las sensaciones con un gran escrúpulo de sentida erudición.
No tomando nada en serio, ni considerando que nos haya sido dada como cierta otra realidad que la de nuestras sensaciones, en ellas nos amparamos, y a ellas las exploramos como a dilatados territorios desconocidos. Y si nos abocamos asiduamente, no sólo a la contemplación estética, sino también a la expresión de sus modos y resultados, es porque la prosa o el verso que escribimos, destituidos de la intensión de querer persuadir al ajeno entendimiento o estimular la ajena voluntad , son apenas como el dejar oír su voz por parte de quien lee, un acto que no aspira sino a dar plena objetividad al placer subjetivo de la lectura.
Sabemos bien que toda obra debe ser imperfecta, y que la menos segura de nuestras contemplaciones estéticas, será la de aquello que escribimos. Pero imperfecto es todo; no hay ocaso tan bello que no pudiese serlo más aún, ni brisa leve que nos adormezca que pudiese brindarnos un sueño más apacible todavía. Y de tal modo, contempladores ecuánimes de montañas y de estatuas, gozando por igual días y libros, soñándolo todo, y ante todo para convertirlo en nuestra íntima sustancia, también haremos descripciones y análisis qué, una vez efectuados, pasarán a ser cosas ajenas que podremos disfrutar como si brotaran de la tarde.
No es éste el concepto de los pesimistas, como aquel de Vigny, para quien la vida es como una celda donde él trenzaba paja buscando distracción. Ser pesimista es tomarlo todo como a la tremenda y esa actitud es una desmesura y una molestia. No contamos, es cierto, con un concepto válido para aplicar a la obra que producimos. La producimos, es verdad, para distraernos, pero no como el preso que trenza paja para distraerse del destino, sino como la niña que borda almohadones, distrayéndose sin más.
Para mí, la vida es como una posada del camino, donde debo demorarme hasta que llegue la diligencia del abismo. Ignoro adónde me llevará, porque no sé nada. Podría considerar esa posada como una prisión, pues estoy obligado a aguardar en ella; podría considerarla como un sitio propicio para la sociabilidad, porque en ella me encuentro con otros. No soy, sin embargo, ni impaciente ni convencional. Dejo el encierro a los que se aíslan en sus cuartos, indolentes, echados en la cama donde esperan, sin sueño; dejo a los que en ellas se complacen las charlas de los salones, desde donde músicas y voces llegan confortables hasta mí. Me siento a la puerta y embebo mis ojos y oídos en los colores y sonidos del paisaje, y en tono lento, para mí sólo, vagos cantos que compongo mientras espero.
Sobre todos caerá la noche y arribará la diligencia. Disfruto de la brisa que me dan y del alma que me dieron para ello, no pregunto más ni busco. Si cuanto dejé escrito en el libro de los viajeros puede, releído un día por otros, entretenerlos también en la travesía, estará bien. Si no lo leyeran ni los entretuviera, estará bien de todos modos.

martes, 27 de noviembre de 2007

Baires mío

En Buenos Aires brilla el sol y un par de pibes,
en la esquina, inventan una solución.
En Buenos Aires todo vuela, la alegría,
la anarquía, la bondad, la desesperación.
Y Buenos Aires es un bicho que camina,
ensortijado entre los sueños y la confusión.
En Buenos Aires descubrí que el día
hace la guerra, la noche el amor.
En Buenos Aires leo, fumo, toco el piano
y me emborracho solo en una habitación.
En Buenos Aires casi todo ya ha pasado
de generación en degeneración.
Y Buenos Aires come todo lo que encuentra
como todo buen Narciso, nadie como yo.
Pero el espejo le devuelve una mirada
de misterio, de terror y de fascinación.
Buenos Aires, buenos aires,
buenos aires para vos.
En Buenos Aires toca Charly en un biloche
planetario, es alto y voluptuoso.
En Buenos Aires llega un punto en que ya nada
vale nada y todo vale nada.
En Buenos Aires nos acechan los fantasmas
del pasado y cada tango es una confesión.
Cuando en el mundo ya no quede nada,
en Buenos Aires la imaginación.
Es una playa macedónica tan cierta
y tan absurda viven Borges, Dios y el rock and roll.
En Buenos Aires viven muertos, muertos viven
y no quiero más tanta resignación.
Yo quiero un barrio bien canalla, bien sutil
y bien despierto, supersexy,
quiero una oración
que nos ayude a descorrer el velo
y que termine la desolación.
Buenos Aires, malos tiempos
para hacerte una canción.
En Buenos Aires los amigos acarician
y los enemigos tiran a matar.
En Buenos Aires, San Martín y Santa Evita
montan una agencia de publicidad.
En Buenos Aires, la política... que falta
de respeto, que atropello a la razón.
En Buenos Aires, el fantasma de la ópera
camina solo por Constitución.
En Buenos Aires tengo más de lo que quiero
pero lo que quiero nadie me lo da.
En Buenos Aires hay un Falcon pesadilla
en el museo de cera de la atrocidad.
En Buenos Aires falta guita pero sobran
corazones condenados a latir.
En Buenos Aires amanezco, resucito,
me defiendo a gritos, quiero ser feliz.
En Buenos Aires cuando hablamos de la luna
solo hay una: la del Luna Park.
En Buenos Aires he perdido mil batallas
pero hay una guerra que pienso ganar.
Buenos Aires.
En Buenos Aires brilla el sol y un par de pibes,
en la esquina, inventan una solución.
(cuando en el mundo ya no quede nada)
en Buenos Aires todo vuela, la alegría,
la anarquía, la bondad, la desesperación.
Todas las noches sale el sol
todos los días vuelve el sol.
Fito Páez y Joaquín Sabina

martes, 13 de noviembre de 2007

Sobre la venezolanidad


Voy a intentar abrir una nueva sección (acaso sea, en realidad, la primera) de este blog para explorar un poco ese constructo extraño que es la venezolanidad. Lo hago porque en estos días aciagos me lo he venido preguntando repetidas veces. ¿Por qué la violencia parece estar tan legitimada en esta sociedad? ¿Por qué hay un desdén generalizado hacia el otro en casi todos los espacios y actividades cotidianas? ¿Qué ha pasado con este “pueblo” amable y cordial que se jacta de haber recibido con brazos abierto a decenas de miles de inmigrantes poco menos de medio siglo atrás? ¿Es parte de lo que vivimos consecuencia de una “venezolanidad” en negativo, de una concepción de sociedad que se ha venido transformando en su opuesto? No lo sé bien, pero tengo la terrible impresión de que vivimos momentos de deterioro social importantes, que trascienden los estrictamente político y que terminarán por generarnos una cantidad de problemas importantes.

Para empezar esta reflexión voy a compartir con Uds, amables lectores, una foto que habla, con extrema claridad, la naturaleza del “servicio” que hay en este país (o al menos en Caracas). La tomé en uno de los locutorios públicos que la empresa CANTV - ahora roja, rojita - tiene en una centro comercial del este de la ciudad. La foto, como podrán observar, no necesita mayor comentario. Despierta, no obstante, algunas inquietudes. La primera y más obvia es cómo es posible que una empresa de telecomunicaciones no pueda ofrecer el servicio de llamadas. Esa obvia inquietud, sin embargo, es comprensible ante el eventual colapso de las líneas o cualquier otro inconveniente técnico que escape de la posibilidades de acción de los que gerencian aquél locutorio. La segunda inquietud tiene que ver con la forma en que comunican el problema. ¿Soy yo, o el letrerito pegado contra el vidrio esconde un grito, al menos una voz alzada ante el fastidio de las que imagino fueron una larga seguidilla de caras de asombro al estilo “¡Cómo coño no hay teléfono en esta vaina!” que varios de los que entraron al local debieron espetarle en la cara al encargado del negocio? ¿Cómo se debe interpretar, sino como una inmensa ladilla, esa colección de signos de admiración y mayúsculas que siguen a la noticia? Yo, particularmente dudo mucho, que esos signos sean una expresión de empatía por parte de los que allí trabajan, como queriendo decir “¡Qué bolas que se nos dañó el teléfono siendo CANTV!, ¡¡¡¡a nosotros nos tiene esto más asombrado que a Ud!!!!!”
No sé realmente qué palabra puede expresar el desinterés que en términos generales se siente hacia uno cuando es atendido en cualquier negocio o por cualquier trabajador. Hay una suerte de creencia de que servir a otro supone una condición de inferioridad intolerable. Tal vez sea esa flojera aprendida según la cual toda persona merece, sin más ni más, que se le de sin trabajar lo que le provoca, lo cual colocaría al trabajo en una situación de labor forzosa innecesaria. Tal vez es ese desdén por el otro lo que hace al servicio una tortura para quien lo provee. Lo cierto del caso es que el maltrato se ha hecho política sistemática, como también lo es la resignación que todos los que deseamos ser tratados con respeto y consideración hemos venido presentando. ¿Qué piensan Uds? ¿Qué cartelito hubiese preferido?

jueves, 8 de noviembre de 2007

La elocuencia de la no violencia.



Naturally the common people don't want war; neither in Russia, nor in England, nor in America, nor in Germany. That is understood. But after all, it is the leaders of the country who determine policy, and it is always a simple matter to drag the people along, whether it is a democracy, or a fascist dictatorship, or a parliament, or a communist dictatorship. ...Voice or no voice, the people can always be brought to the bidding of the leaders. That is easy. All you have to do is to tell them they are being attacked, and denounce the pacifists for lack of patriotism and exposing the country to danger. It works the same in any country. Herman Goering - The Nuremberg Diary

De vez en cuando regreso a las páginas del libro “Requiem por un país perdido” que recoge las crónicas políticas de Tomás Eloy Martínez referidas al deterioro político y social que la Argentina vivió poco menos de 3 décadas atrás.
Sus páginas contienen elementos esclarecedores si se proyectan a los tiempos que vivimos en nuestro país, pues no hay nada en el pensamiento de los actores políticos fanatizados (en ambas aceras de la vida política venezolana) que sea realmente nuevo. De modo que sólo basta hojear un poco algunos libros con reseñas históricas de los vivido, por ejemplo, en el cono sur, para darse cuenta de la naturaleza de las cosas a las que podríamos estarnos enfrentando en el futuro próximo en Venezuela.
En el libro de Martínez hay una sección que es de especial importancia para los venezolanos. La misma lleva por título “seres de odio” y recoge varias reflexiones sobre esos tristes personajes que se atribuyen la verdad absoluta y, en su condición de falsos mesías, buscan imponérsela a los demás ciudadanos. Dice Martínez en su libro:

“Las dictaduras de América Latina propusieron la creación de sociedades educadas por el terror, la opresión y el castigo: una cultura paternalista edificada a través de órdenes inapelables. Desobedecer, disentir, reclamar, eran culpas que se sancionaban con la muerte”.

En Venezuela estamos acercándonos peligrosamente a ese extremo de castigar con la muerte la disidencia. No debe tomarse a la ligera aquella amenaza del presidente de llevar “millones de revolucionarios a quemar el este” o aquella otra advertencia expresada en el más conocido oxímoron bolivariano que reza que la de ellos es una “revolución armada con balas de paz”. El hecho de que existan unos pocos fanáticos que estén dispuestos a matar a otro por diferir de éste políticamente (como parece haberle ocurrido al hermano del inefable ministro carreño), amparados en la retórica presidencial es otra señal sobre lo cerca que estamos de la sociedad descrita por Martínez.
Existe, sin embargo, una manera contundente de enfrentar a este tipo de personas, a este tipo de formas de pensar: la no violencia.
Puede parecer en principio una ingenuidad espantosa, pero analizándola bien, se da uno cuenta de su inmenso alcance y poder. Los estudiantes, con todas las torpezas que uno puede atribuirles, lo han demostrado ya en varias oportunidades. Ayer, en su marcha al TSJ, lo volvieron a hacer. El demostrar que ninguna de las predicciones de golpes de estado, de quema de ciudad, de alteración violenta del orden público, no tenía sentido, desencajó a más de uno de los neo - bolivarianos en el poder. La razón es sencilla y harto conocida: ellos necesitan la confrontación, la pelea, la dicotomía. Aquellos en el gobierno que se han fanatizado en su idea socialista, necesitan hacer realidad el discurso maniqueo que el presidente insiste en imponerle a la sociedad, pues sin esa pelea, su revolución pierde sentido. Para muestra, basta solo releer la cita de Goering que sirve de epígrafe a esta nota. “All you have to do is to tell them they are being attacked, and denounce the pacifists for lack of patriotism and exposing the country to danger. It works the same in any country.”

En definitiva, los fanáticos como Barreto (que ayer inauguró un grupete de bolivarianos anti - golpistas), Carreño, Rodríguez, Varela, Tascon y varios más, suelen quedarse mudos, sin respuestas, cuando se les enfrenta un grupo de personas con ideas, consignas y argumentos. Es esa la única manera de desnudar al poder.

Cerremos esta nota con una cita más de Tomás Eloy.

“los ejecutores de esa política mafiosa no saben como comportarse cuando las reglas de juego cambian y el lenguaje común es el de la libertad. [...] No es fácil convivir con miles de fanáticos que se ven a sí mismos como encarnaciones de Dios. La mejor defensa de la democracia, entonces, es segregar a los fanáticos y a los autoritarios: demostrarles que están solos, al margen, rumiando para nadie sus oscuros e insaciables odios”.



sábado, 3 de noviembre de 2007

Pan con Leche


Ya he torturado suficiente a mis pocos lectores con comentarios sobre el acontecer político. Propongo un brake, uno muy necesario, del tema. ¿Y qué mejor brake que el arte?
Este post habla por si sólo. Lo único que me limitaré a hacer, una vez más, es ser portavoz del talento de Tribop, esa majestuosa banda venezolana que está haciendo música auténtica y espectacular. Abajo comparto uno de sus videos. Espero lo disfruten.