domingo, 10 de junio de 2007

La Emboscada

Se han publicado diversos artículos de opinión acerca de lo acontecido en la AN durante el derecho de palabra de los estudiantes. Quise hacer algún comentario, pero me parece más sano reproducir las palabras de Tulio Hernández, las cuales suscribo a plenitud. Espero sea de su interés.

EL NACIONAL - Domingo 10 de Junio de 2007 Siete Días/21

Siete Días



TULIO HERNÁNDEZ
hernandezmontenegro@cantv.net

La semana que hoy concluye ha ratificado de manera absolutamente transparente la naturaleza del régimen cívico-militar que nos gobierna, las perversas concepciones que tienen sus dirigentes sobre la política y las instituciones democráticas, y, sobre todo, ha puesto en evidencia la pobreza intelectual, el dogmatismo y el simplismo moral sobre el que se ha venido edificando la llamada "revolución" bolivariana.

La gota que rebasó el vaso y ha acelerado la caída de los residuos de la máscara democrática del presidente Hugo Chávez y sus más inmediatos seguidores ha sido la persistencia de las protestas de calle generadas por los estudiantes universitarios en repudio al proceso de estatización del espectro televisivo y, de manera muy especial, la descomunal marcha de las universidades nacionales realizada el pasado miércoles 6 de junio, sin lugar a dudas, una de las más grandes movilizaciones de masas que se recuerde en la historia del movimiento estudiantil venezolano.

Demostrando de manera contundente la fuerza que tienen la protesta popular cuando se realiza de manera responsable y continuada, el novedoso movimiento estudiantil venezolano ha logrado dos cosas al mismo tiempo. Primero, sacar de sus casillas al Presidente de la República generándole uno de los más severos ataques del "priapismo comunicacional" –Pasquali dixit– que padece y obligándole a batir sus propios récords en lo que a obligar el país entero a escucharlo por la fuerza se refiere.

Y, en segundo lugar, le ha asestado severos golpes a la estrategia oficial de no reconocer la existencia del país que le adversa y no concederle el más mínimo espacio de respeto a ninguno de los sectores que expresan su oposición. El primer golpe fue el de, burlando el acordonamiento policial que les impedía el paso, lograr movilizarse hasta el Tribunal Supremo de Justicia y hacer que una comisión de estudiantes fuera escuchada por un grupo de magistrados de la más importante institución judicial del país. El segundo, con una multitud eufórica como respaldo en las calle vecinas, presentarse en la sede del Ministerio Público y hacer que el propio fiscal general de la Nación escuchara las denuncias y exigencia de los dirigentes estudiantiles junto a las autoridades del Universidad Central de Venezuela. Y, el tercero, hacer escuchar una voz disidente en uno de los espacios más sectarios de la institucionalidad pública venezolana, la Asamblea Nacional.

Y ha sido allí, en la Asamblea Nacional, y en la manera como la bancada oficialista –la única existente y dominante– intentó entrampar a los estudiantes que pelean en las calles contra la eliminación del pluralismo informativo, donde mejor se explica cómo entienden la política y cómo manejan las instituciones los ideólogos del proyecto bolivariano.

En lugar de permitirle a los estudiantes ejercer el derecho de palabra que legítimamente habían solicitado, los diputados oficialistas, en lo que suponían sería un ardid genial, intentaron montar una suerte de circo romano en lo que prometía ser la cayapa del siglo –barras rojas rojitas, intimidación policial, claques cuidadosamente preparadas, intervenciones posteriores de los diputados– y en el que se pondría en escena como bien vimos un estudiado ejercicio de descalificación moral –"niños bien", "lacayos del imperialismo", "traidores a la patria" – que es la táctica de debate por excelencia del sector oficial.

Pero no hubo espectáculo en la arena. Los diputados y su público se quedaron con las ganas de ver sangre porque los jóvenes estudiantes no gobierneros, en un arriesgado pero contundente giro de última hora, entendieron a plenitud la emboscada e hicieron presencia en la sala no para participar de la comedia sino para rechazarla recordando que su solicitud no había sido cumplida –habían solicitado un derecho de palabra y no un debate con el sector oficial– por lo que abandonaron la sala no sin antes leer el primer mensaje opositor que ha sido transmitido en cadena oficial.

Lo que vino después fue Goliat contra David. Un largo y deplorable monólogo. Una muestra de cinco jóvenes bolivarianos, especies de réplicas o clones juveniles de Hugo Chávez, hablando como adultos moralistas, fueron pasando uno a uno a exhibir una extensa saga de lugares comunes, seguramente memorizados en las páginas de Los conceptos elementales del materialismo histórico o cualquier otros texto de autoayuda marxista, para demostrar la supuesta ilegitimidad de la lucha de los estudiantes demócratas.

Quedó claro: que los diputados oficialistas no respetan al pueblo salvo cuando está a su favor; que se burlan de las instituciones democráticas y las manejan a su antojo; que usufructúan de manera ventajista y aplastante contra el adversario los recursos del Estado; y, que creen que los demás son pendejos.

viernes, 1 de junio de 2007

Lección

“Pero hay algo que debo decir a mi gente que aguarda en el cálido umbral que conduce al palacio de la justicia. Debemos evitar cometer actos injustos en el proceso de obtener el lugar que por derecho nos corresponde. No busquemos satisfacer nuestra sed de libertad bebiendo de la copa de la amargura y el odio. Debemos conducir para siempre nuestra lucha por el camino elevado de la dignidad y la disciplina. No debemos permitir que nuestra protesta creativa degenere en violencia física. Una y otra vez debemos elevarnos a las majestuosas alturas donde se encuentre la fuerza física con la fuerza del alma“
“Tengo un sueño“ discurso pronunciado el 28 de Agosto de 1963 por Martin Luther King, Jr.

En estas últimas semanas había perdido la fe. Había llegado a la penosa conclusión de que no tenemos nada que hacer. Me encontré de repente en la más pura indefensión aprendida: concluí que nada de nuestras conductas controlaba lo que nos ocurre. Llegué incluso a mostrar la parálisis que los perros en los experimentos de Seligman evidenciaban cuando se los sometía a pequeñas descargas eléctricas de las que no podían escapar. Además de la parálisis, de la ausencia de respuesta, también empecé a ver cómo mis creencias se me desmoronaban como un castillo de naipes. Empecé a pensar que la salida “debía“ ser violenta, que tras los atropellos y la ya espantosamente evidente complacencia de todos los poderes del estado con y para el proyecto político del presidente Chávez no quedaba más que cerrar los ojos y rogarle a alguien que pusiera una bomba, que lanzara una piedra, alguien en definitiva que se rebelara a la fuerza y que impusiera su idea (y la mía) sobre la de ellos. Caí sin remedio en el pensamiento maniqueo que el gobierno nos ha querido imponer y pensé que ése era el juego que estaba planteado y que había que jugarlo. Pero súbitamente, casi como por sorpresa aparecieron ellos, con sus carnets electrónicos y sus mochilas, y me dieron una de las más sonoras cachetadas que he recibido en mi vida. De golpe y porrazo me regresaron mis creencias, aquellas que tanto defendí cuando como ellos, ocupando el cargo de representante estudiantil ante el consejo de escuela de la escuela de psicología, defendía la no violencia y el diálogo como las únicas salidas para el conflicto político producto del paro petrolero que ya empezaba a hacerse inmanejable. En aquel entonces tan reciente recibí varias veces el mote de chavista, por pedir una y otra vez que saliera de las universidades las respuestas que le corresponden: concertación, análisis, pensamiento, diálogo.

Yon, Stalin y los miles de muchachos que se han plegado bajo la consigna “no somos políticos, somos estudiantes“ nos han dado a todos una lección de altura y madurez que buena falta nos hacía. Nos enseñaron que se puede ser dignos y pacíficos sin que por ello se ceda un milímetro en la lucha por los derechos fundamentales que todos tenemos. Nos recordaron aquellas gestas heroicas del Dr King y su apoyo a la decisión de no usar el transporte público que discriminaba a los negros y de Ghandi protestando pacíficamente contra los atropellos británicos. Pero sobre todas las cosas, le enseñaron a un gobierno ciego y totalitario el inmensísimo poder que tiene la palabra. Ante la grosera e infantil descalificación de la que fueron objeto por parte de los obtusos y lamentables diputados que hoy manejan los piolines (los pocos que les quedan después de delegarlo todo al Sr. Presidente) del poder legislativo, se plantaron con hidalguía e independencia a pedir una simple pero muy poderosa rectificación. La manera como se expresaron, la contundencia con la que respondieron a todas las inquietudes de los periodistas (sobretodo cuando aclararon que no quieren tumbar gobiernos ni convocar paros) y la altura de sus peticiones fue demasiado para este gobierno que sólo sabe moverse en el conflicto, con la amenaza como herramienta fundamental. Tan poderosa fue su manifestación de humanidad y civismo, que el gobierno sólo pudo esgrimir como respuesta a sus peticiones una serie de cobardes negaciones escudadas bajo centenares de policías y militares. ¿Quién necesita cuadrillas de policías antimotines para recibir a un grupo de estudiantes cuya única petición es no ser menospreciados ni discriminados en su derecho a protestar?

Es claro: este gobierno busca reducir todo al conflicto, a la guerra ficticia entre pobres y ricos. Si se los saca de ese terreno y se los coloca en el terreno de la inteligencia y la dignidad, quedan mudos, desarmados y atemorizados.