viernes, 19 de enero de 2007

Comisión de Mantenimiento y Actualización Permanente de la Canción Patria.

El humor ha sido siempre una de las herramientas para enfrentar la realidad y quejarse de aquello con los que no se está de acuerdo. No soy un conocedor de la historia, pero por ejemplo imagino que desde los inicios de la prensa escrita el caricaturista ha existido para expresar con sorna aquello que aqueja al país o la comunidad en la que se encuentra. Lo mismo se me ocurre pensar del teatro y de la música, ambos medios de expresión del humor que lleva a la descarga, a la queja. El humor es una de las mejores vías para expresar descontento sin que suene siempre mal, para decir lo que no se quiere desde un lado bonito, pero sobre todas las cosas, el humor es una manera de hablar mal de los tiranos sin que éstos se den cuenta. Porque resulta que el humor es siempre una manifestación de inteligencia, aunque justo es reconocer que hay gente que tiene un pésimo y muy vulgar sentido del humor. Así, escuchando a los buenos humoristas logramos drenar un poco la rabia contenida, conocer y entender mejor nuestra realidad pasando un buen rato.

En Venezuela, mal que nos pese, los presagios de los humoristas y las exageraciones a las que ellos acuden para hacernos reír y expresar su descontento (y el nuestro) están haciéndose cada vez más reales, más fieles. Ello va en detrimento tanto de la expresión humorística – que deja de ser cómica y pasa a ser trágica – y de nosotros mismos, que empezamos a perder la capacidad de reírnos de nuestra realidad, dando paso a la preocupación lisa y llana. Todo lo anterior viene en razón de la intensión del Sr. Presidente de modificar el himno nacional para incluir al padre la patria en la letra, intensión que vista ingenuamente no es mala, pero que si se le agrega un poco de saña al asunto se ve que el verdadero objetivo es dejar otra huella en la historia venezolana, modificar otra cosa más de las que nadie modifica.

No sé en qué año pero sé en que obra – Bromato de Armonio – Les Luthiers, ese excelso grupo de músicos y humoristas, crearon la pieza “Himnovaciones” cuyo tema es justamente el que tiene en mente nuestro primer magistrado. Si tienen tiempo, échenle un ojo porque la genialidad y el humor fino de Les Luthiers nos demuestra con extrema nitidez que nuestra realidad es cada vez menos cómica. Para tener una pequeña muestra, haz click en el video.


lunes, 15 de enero de 2007

Opiniones calificadas (II)



El Nacional - Domingo 14 de Enero de 2007 D/3

Siete Días

Historias del Partido Único


SIMÓN ALBERTO CONSALVI




La historia del siglo XX está signada por los avatares y desastres de los partidos únicos, indistintamente de izquierda o de derecha. Los partidos únicos fueron los instrumentos a través de los cuales se consolidaron los regímenes totalitarios de Adolfo Hitler, José Stalin, Benito Mussolini y Francisco Franco en Europa, y de todos aquellos que en diferentes escalas impusieron regímenes de fuerza en otras partes del mundo. Los partidos únicos formaban parte de las estructuras de dominación ideológica de las sociedades. Contra la disidencia había una sola respuesta: la persecución o el exterminio, los campos de concentración, el gulag, el destierro a Siberia, la muerte, el exilio.

Quienes resistieron en la Unión Soviética o en la Alemania nazi, en la Italia fascista o en la España negra, o en las naciones sojuzgadas tras la Cortina de Hierro, (Vackav Havel, Milan Kundera, Imre Kertész), escribieron las páginas más singulares del siglo. No fue sólo la expresión política, la diversidad de pensamiento, las heterogéneas formas de ver o de entender al mundo las que estaban prohibidas. Albert Einstein, un científico con abiertas inclinaciones hacia la política y el compromiso social como investigador, profundamente persuadido de la armonización de las relaciones entre ciencia y sociedad, una vez apoderado Hitler y su partido nacional socialista de Alemania, no tuvo otra alternativa que abandonar su país.

Igual le sucedió al novelista Thomas Mann: tuvo que huir de Alemania. También el arte y los grandes artistas fueron perseguidos porque no se sometían al catecismo nazista. Hace setenta años, en 1937, Adolfo Hitler inauguró en Munich lo que el implacable Joseph Goebbels bautizó como la "Gran Exposición del Arte Degenerado".

Allí estaban los grandes pintores del siglo, objetos de befa y vilipendio: Ernst, Grosz, Kirchner, Klee, Nolde. En alguna página de su Diario, Goebbels escribió: "No hay necesidad de dialogar con las masas, los slogans son mucho más efectivos. Éstos actúan en las personas como lo hace el alcohol. La muchedumbre no reacciona como lo haría un hombre, sino como una mujer, sentimental en vez de inteligente. La propaganda es un arte, difícil pero noble, que requiere de genialidad para llevarla a cabo". A pesar de ese desdén por las mujeres, después del éxito sensacional de El Ángel azul, (la historia de un payaso), tanto el Fuhrer como el propio Goebbels pretendieron reconquistar a Marlene Dietrich, pero ya era tarde: estaba fuera de Alemania y, como respuesta a los cantos de sirena, ella respondió, simplemente, que no viviría en un país sin libertad, o sea, en el país del partido único del nacional socialismo. Para la Dietrich, su Alemania era tierra vedada. La desvelaba la pesadilla de la Gestapo.

Las historias de los partidos únicos llenaron el siglo XX. Fueron partidos esencialmente de pensamiento regimentado; sus raíces se remontan y se vinculan a tiempos oscuros, a la intolerancia, a la era de la Santa Inquisición, a la quema de herejes, a aquellos frailes demenciales que fueron Girolamo Savonarola y Tomás de Torquemada, para quienes sólo en la hoguera se purgaba la disidencia.

Política o religiosa, la intolerancia sólo tiene un nombre: es la guerra contra la cultura y contra la pluralidad. Contra los privilegios del ser humano de pensar o imaginar. No ha habido un país democrático, en ninguna parte del mundo, donde se haya establecido el partido único sin alterar sustancialmente el entramado social y sin condenar a todo el mundo a la más devastadora mediocridad. El partido único es la negación de la democracia, cuya esencia y razón de ser es la pluralidad. También es la negación de la persona y de sus derechos humanos. Partido único es todo lo opuesto a libertad, a deliberación, debate, confrontación de ideas y de alternativas.

Abundaban razones para suponer que la idea de establecer partidos únicos no reaparecería en el panorama de la política. Pertenecía a las más deplorables experiencias del pasado, experiencias derrotadas por la historia, a prácticas que nadie se atrevería a reivindicar, y, menos aún a proponer en un país como Venezuela. Sin embargo, el establecimiento del partido único ocupa lugar preeminente en la agenda del Presidente de la República, y lo ha propuesto de manera urgente, y, en términos ya de "partido único", al advertirle a sus aliados que los votos del 3 de diciembre "fueron sólo votos suyos, personales", que los de ellos no contaron para nada, y que, en última instancia, "lo toman o lo dejan".

No se les reconoce ni siquiera la humilde contribución de comparsa. Es decir, que el partido único de la revolución bolivariana es un hecho, haya o no haya Asamblea para discutirlo, y el cual sería en todo caso una ceremonia donde los convocados ensayarían el harakiri. Un tributo a la revolución, que comienza por devorar a sus adeptos.

De manera que la veintena de organizaciones políticas que acamparon bajo el paraguas de "la revolución bolivariana, participativa y protagónica", han sido invitadas a la rendición incondicional y a la disolución. La Asamblea Nacional será un congreso de honras fúnebres. No se llamará partido único, (por las evocaciones de historias ingratas ya referidas), sino Partido Socialista Unido de Venezuela. El mismo musiú con diferente cachimbo. A los líderes de esas organizaciones se les promete un destino poco generoso, no habrá herederos de la inmolación, ni jerarquías de consuelo. Los nuevos líderes del PSUV, ha dispuesto el Presidente, "sólo serán aquellos que elijan las bases". No es un secreto la forma como operan y deciden las "bases" en tales sistemas: Partido Único, jefe único.

Si hasta el presente, entre las organizaciones supuestamente aliadas, ha predominado el unanimismo, la incondicionalidad como táctica, la renuncia a las más mínimas observaciones, podemos imaginar el panorama que se promete bajo el partido único. Quizás se les exigirá a los "nuevos líderes" los doctorados en marxismo que ofrece la Universidad Experimental de la Fuerza Armada. De donde menos se piensa, salta la liebre. ¿Imaginó usted alguna vez, en sus desvelos o en sus pesadillas, que una institución militar venezolana ofreciera esos doctorados? Con el partido único, en fin, puede suceder lo que la famosa Dietrich refería de mujeres y de hombres. "Las mujeres, sostenía, hacemos lo imposible por cambiar a los hombres, y después que cambian, no nos gustan". Veremos qué nos deparará el Partido Socialista Unido (no único) de Venezuela. A lo mejor, tampoco le gusta al Jefe Único.


Opiniones calificadas

Como parte de este proceso en el que me hallo inmerso de reflexión (y temor) por lo que pueda ocurrir en este país, decidí dedicarle un espacio de mi blog (cuyo objetivo nunca fue comentar hechos políticos) a alguno de los artículos de opinión que a mi juicio mejor describen y comentan el acontecer nacional. Espero lo disfruten, o al menos, lo encuentren interesante.
Saludos.
C.

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El Nacional - Domingo 14 de Enero de 2007 D/3

Siete Días
¿Socialismo o autoritarismo?


TULIO HERNÁNDEZ

Coincido con Ramón Piñango en la idea de que no deberíamos temerle a priori al socialismo como propuesta de organización social, pues resulta innegable que el pensamiento socialista ha tenido una influencia positiva en el diseño de políticas sociales en unas cuantas naciones del mundo como, por ejemplo, la socialdemocracia de los países nórdicos y el laborismo inglés. A lo que me permito agregarle que ha sido en el campo socialista, en sus más diversas variantes, donde ha existido mayor preocupación por la lucha contra las desigualdades sociales, los excluidos, los derechos de las minorías, los inmigrantes y los problemas de género.

Esta consideración, desarrollada por el exdirector del Instituto de Estudios Superiores de Administración en un artículo titulado "Quién le teme al socialismo" (El Nacional, 11 de enero de 2007, A-8), pone en el tapete la necesidad que tenemos –de manera especial, las sociedades con grandes desigualdades sociales, debilidades institucionales y dificultades para la convivencia pacífica– de explorar creativamente en la búsqueda de grandes soluciones a nuestros problemas sin despreciar ninguna fuente de pensamiento y sin dejar de reconocer, a la vez, los grandes errores y las monstruosidades que han generado, cada uno a su manera, tanto los fanáticos del socialismo como los del capitalismo.

No está de más recordar que la aplicación dogmática y obcecada de algunas ideas de Marx, interpretadas a su manera, por ejemplo, por el leninismo y el estalinismo, condujeron a regímenes socialistas burocráticos que terminaron lesionando precisamente a aquellos sectores de la sociedad a los que se proponía redimir, razón por la cual a la larga se desmoronaron sin que nadie saliera en su defensa.

Y, para ser justos, debemos recordar también que la ortodoxa aplicación de los ajustes neoliberales hechos a la medida del Consenso de Washington contribuyeron a ensanchar dramáticamente la brecha social en América Latina tanto como las respuestas militaristas al avance de los movimientos populares de los años 60 y 70 –hechas en nombre de la libertad y la propiedad, especialmente en el Cono Sur– que no sólo significaron una gran involución para las democracias sino que trajeron consigo sagas de opresión y muerte que todavía hacen sangrar la memoria de los países que las padecieron.


2 En una de las secuenciasfinales de La caída, el film del director alemán Oliver Hirschbiegel en el que se narran los últimos 12 días de Hitler y el Tercer Reich, ha quedado convincentemente retratado el grado de fanatismo que llegan a profesar quienes adquieren la convicción de que para hacer más justas, o más grandiosas, o más igualitarias a sus respectivas sociedades, es indispensable imponerles, por la fuerza extrema si es necesario, un inmenso corsé (o hacerle tragar un repugnante jarabe) preconcebido en sus más mínimos detalles por una élite empeñada en crear un hombre nuevo, defender la supremacía de una raza o nación o llevar la libertad por el mundo.

En la secuencia mencionada, ante la evidencia de la derrota del ejército fascista alemán, como lo hizo el mismo Fuhrer y una buena parte de la alta jerarquía de su régimen, Joseph Goebbels y su esposa han decidido poner fin a sus vidas y junto a ellas las de sus hijos. La madre, fríamente, como si de una golosina se tratara, hace tomar a cada niño su dosis de veneno y al momento de tomar la suya, en una escena memorable, dice a manera de despedida, algo así como: "Sin el nacionalsocialismo la vida no vale la pena ser vivida". Es decir: "Patria o muerte", "Socialismo o muerte", "Nacionalsocialismo o muerte", "Propiedad, familia y libertad o muerte", o "Modelo de sociedad que yo defiendo o muerte". En este caso, la muerte propia, en otros la de quienes se me oponen.


3 Si extrapolamos estas consi-deraciones a la situación venezolana del presente podemos decir que el quid del asunto no es si discutimos o no sobre el socialismo –tema por demás legítimo, como toda búsqueda de alternativas a las inequidades del presente–, sino en la manera cómo se propone desde el poder no una discusión sino la imposición de un modelo cuyos contenidos hasta el momento sólo han tenido como fuente única la cabeza y el verbo del Presidente, voz incuestionable y mayor de un proceso que ha ido aniñando en funciones de obediencia ciega a todos cuanto rodean al líder en ejercicio de gobierno.

Y así volvemos a la reflexión central de Piñango cuando sostiene que "el socialismo, al igual que la religión y el desarrollo económico, ha sido utilizado muchas veces para enmascarar proyectos totalitarios". Si analizamos con cuidado las propuestas y proyectos anunciados a lo largo de la semana por el Presidente de la República, encontramos que la mayoría de ellos está asociada, primero, a garantizar su permanencia en el poder hasta el momento de su muerte; segundo, a desarticular toda forma de poder local electo democráticamente –alcaldía y gobernaciones– en donde los movimientos opositores puedan tener representación mayoritaria; y tercero, al control estatal de unos cuantos servicios –electricidad, telecomunicaciones, televisión– asociados al tema de la opinión pública, las comunicaciones y el control social que, generalmente, en las sociedades con democracias avanzadas sólo son asumidas por el Estado cuando hay notables fallas de mercado.

Aparte de las formas de propiedad estatistas –que ya hemos conocido tanto en el bloque soviético como en el capitalismo de Estado a la manera del primer gobierno de Pérez–, y algunas formas aún periféricas y subsidiadas de prácticas cooperativistas –que operan sin contradicción desde hace mucho tiempo en numerosos países capitalistas–, no parece dibujarse en los bocetos del Presidente nada verdaderamente nuevo que anuncie un esfuerzo de pensamiento e imaginación para generar una nueva cultura económica con sus correspondientes prácticas apuntando a superar la pobreza y las profundas desigualdades sociales por una vía que no dependa del rentismo y del viejo papel redistribucionista del Estado.

En una suerte de revival de los lugares comunes del socialismo burocrático soviético-cubano, el socialismo que se anuncia no tiene nada de siglo XXI por cuanto coloca, otra vez, al Estado y al Partido Único por encima del ciudadano y los movimientos sociales dejando, en el fondo, intactas las lógicas de dominación que retóricamente se anuncia que se quieren transformar cambiando en realidad sólo los actores que ejercen el dominio partiendo de la lógica de que a través de él –el Único, el Padrecito, el Caudillo– el pueblo se expresa por su voz. Una historia suficientemente repetida a lo largo del siglo XX.

martes, 9 de enero de 2007

La revolución como oxímoron

Oxímoron (Del gr. ὀξύμωρον).
1.m. Ret. Combinación en una misma estructura sintáctica de dos palabras o expresiones de significado opuesto, que originan un nuevo sentido; p. ej., un silencio atronador
Diccionario de la Real Academia Española


Dentro de los muchos elementos que llaman la atención del proceso o régimen que lidera Hugo Chávez hay dos que son de particular importancia: el primero es un discurso construido sobre la contradicción y el segundo es el planteamiento dicotómico o maniqueo de sus argumentos.

Desde mi óptica miope de psicólogo que se sintió con ganas de meterse en este asunto de la política por pura reflexión y necesidad moral, ambos elementos se hallan relacionados. En casi todas las manifestaciones importantes de Chávez o alguno de sus más destacados voceros puede uno encontrar elementos contradictorios, que no hacen sino evidenciar la verdadera naturaleza de su revolución delincuente y totalitaria, ante la cual no hay alternativa posible. Por ejemplo, pensemos en la ocasión en la que Chávez anunciaba a viva voz en la asamblea que su revolución es pacífica pero armada. Esa frase que contiene dos importantes contradicciones (¿revolución pacífica? ¿pacífica y armada?), emitida como una advertencia a quienes se oponen a su proyecto político y maquillada con la palabra “pacífica” es parte inseparable de su pensamiento maniqueo, que consiste en una absoluta convicción de que todo lo que está fuera del proceso chavista está mal y hay que eliminarlo o anularlo. Ya distintos pensadores latinoamericanos han levantado la bandera del offside para advertirnos hacia dónde caminamos como nación, siguiendo como borregos este camino de “izquierda” que bien ha rebautizado Fernando Mires como “populismo fascista” y que según él se da como consecuencia de combinar el personalismo, el movimientismo, el nacionalismo extremo, el mesianismo revolucionario y el militarismo. Ayer, en su procaz declaración en contra del secretario general de la Organización de Estados Americanos, Chávez, una vez más, nos demostró a los venezolanos que lo que él dice es ley (ni hablemos de la habilitante que está pidiéndole a la asamblea) y que por encima de su figura no existe nada, ni ley, ni constitución, ni respeto; nada de nada.

Lo más grave de todo, quizá, está en el hecho de que Venezuela como pueblo le ríe las gracias y no termina de entender el peligro que supone concentrar todo el poder en un individuo, por muy loables que sean sus intensiones (supuesto negado, of course). La gente aplaude cuando se dirige a un alto funcionario con insultos e improperios, manejando las relaciones exteriores de un país como si se tratase de una finca gerenciada en el siglo XIX. Probablemente, muchos de sus más lánguidos seguidores, utilizarán la palabra “pendejo” como slogan, de manera similar a lo ocurrido con el tenebroso “rojo, rojito” del siniestro ministro Ramírez.

Chávez y su revolución acabarán conduciéndonos a desastres que superan hoy nuestros más profundos temores. “Piensa mal y te quedarás corto”, solía decir un admirado profesor de la escuela de psicología, deformando el conocido refrán para que pudiera dar cabida a las nuevas demostraciones de la pobreza humana. Nada más acertado en nuestros tiempos. Mientras tanto, seguiremos escuchando esos eufemismos como “socialismo del siglo XXI” y tolerando las múltiples contradicciones en sus discursos, como bofetadas que anuncian la estocada final. Alto será el precio de vivir bajo la sombra de este pobre militar y sus delirios megalománicos. No en vano, uno de los ejemplos más emblemáticos de oxímoron es “inteligencia militar”.


Nota al margen
En estos días se puede ver en el canal del estado (ese grotesco y vulgar instrumento propagándisto del gobierno) un video titulado la verdad y que en su estribillo ilustra claramente lo del oxímoron que he querido comentar en este post. Por si no soportan los casi 3 minutos y medio que dura el video, les adelanto el estribillo.
"Con balas de paz
y fusiles de amor
lograremos victorias y glorias
creando un mundo mejor"