martes, 27 de febrero de 2007

Pie de Limón

Amelia abrió el viejo libro de tapas verdes y leyó de pura costumbre.

Ingredientes para la pasta

200 gramos de harina; ½ cucharadita de sal; 100 gramos de manteca vegetal helada (unos 6 ½ cucharadas); 1 amarillo de huevo; tres cucharadas de agua helada.

Amelia es muy ordenada, siempre lo ha sido. La masa es lo primero. Lo había aprendido de Aurora, su madre, que la paraba a su lado de frente al mesón y la vestía con un delantal que casi la doblaba en talla, repitiéndole sistemáticamente que la disciplina es la clave. “Sin orden no hay sabor”, decía para sí misma mientras ella la miraba con atención, siempre a su izquierda. Sobre la mesa estaba la harina, cuidadosamente almacenada en un jarrón de barro artesanal. La sal y el huevo reposaban juntos, sosteniéndose mutuamente. Amelia suspiraba y recordaba, casi sonriendo, sus largas horas en la cocina de la vieja casa de Los Chorros. En silencio buscó la jarra de agua y el pote con la manteca.

En la cocina no hay nadie, como desde hace un tiempo. La soledad le disgusta, aún cuando nunca estuvo realmente acompañada en sus quehaceres culinarios. Joaquín duerme todavía. De uno de los estantes saca un envase y con calma cierne sobre éste la harina mezclada con la sal. No tiene apuro, su ritmo es tranquilo, pausado, casi ceremonioso. Sus manos sobre el envase y su forma de cubrirlo con la harina y sal se asemejan a las manos de un sacerdote limpiando el cáliz después de la comunión.

Ya son las 5, pronto estará al aire el noticiario matutino.

De una gaveta extrae un mezclador, de esos que hoy parecen antiguos porque no tienen botones ni enchufe. Suspira. Toma el pote de la manteca y lo vierte en el envase perfectamente cubierto de harina y sal. Bate rítmicamente hasta lograr la mezcla arenosa. Recuerda a Aurora explicándole qué significa arenosa, porque ese calificativo podía usarse para describir el color pero también la textura, o ambas. Toma el huevo y lo parte en una tasa. Extrae solo la ñema – esa palabra es tan de Mamá – y la mezcla con el agua helada para luego añadirlo al envase. Con cuidado, siempre con cuidado de no amasar todavía.

En la calle ya se empiezan a oír los carros. Enciende el horno a 400 grados, precalentándolo como todas las mañanas. Ya sabe que estas no son horas de estar haciendo postres, pero es que a Matías le gustan tanto. Además, si Joaquín la ve en estos menesteres mientras el desayuna se molesta y la interrumpe rogándole que se siente a comer con él y que se deje ya de esas cosas que no son buenas para nadie. Siempre el mismo problema, todas las mañanas la misma discusión. Pero a Amelia no le importa ya y casi siente que a Joaquín tampoco. La costumbre termina por hacer común las más extrañas de las conductas, termina de hacer que las cosas parezcan haber estado a nuestro lado por años. Así lo siente ella; la costumbre como una coraza. La rutina como una ceremonia.

Se le está haciendo tarde. Por la ventana alcanza a ver el autobús escolar que es la señal inequívoca de que se acercan las 6 de la mañana. “Ya pronto empezará el noticiero” piensa nuevamente y suspira, apurándose para tener todo en el horno al momento del desayuno de modo que Joaquín no tenga manera de decirle que se deje de eso. De la despensa saca un rollo de papel encerado que extiende sobre el mesón de la cocina. Sobre el papel derrama la mezcla y sobre ésta extiende otro trozo de papel, que después aplasta lentamente con su rodillo hasta darle la forma circular adecuada con sus “treinta centímetros de diámetro Amelia, ni uno más ni uno menos; y asegúrate de que tenga por lo menos uno de espesor”, recuerda nuevamente con los ojos fijos sobre la ventana.

Cuidadosamente para no romper el papel, lo arranca de la masa como si arrancara una cicatriz. Sobre la superficie desnuda y lisa coloca el molde circular boca abajo y ayudándose con el papel que separa a la masa de la mesa lo gira para colocarlo boca arriba nuevamente.

–Ya el horno debe estar caliente– piensa mientras forra el interior del molde con la masa, cuidando dejar siempre un poco fuera, “porque encoje Amelia y si no dejas suficiente masa afuera echas a perder todo”.

Enciende el radio y se asoma a la calle a través de la ventana. Hay poco tráfico todavía y la radio todavía está transmitiendo esa música somnífera de la madrugada. Abre el horno y coloca lentamente el molde en su interior.

Ingredientes para el relleno

1 ½ tazas de azúcar; 8 cucharadas de maizena; 2 tazas de agua hirviendo; 3 amarillos de huevo ligeramente batidos; ½ taza de jugo de limón (preferiblemente tipo europeo); 1 ½ cucharada de concha de limón rallada; ¼ de cucharadita de sal; 3 gotas de colorante; vegetal verde; 3 claras de huevo; 6 cucharaditas de azúcar, ¼ de cucharadita de sal.

En los veinte minutos que le toma a la masa estar lista, Amelia prolijamente fue colocando los ingredientes uno a uno sobre el mesón ya limpio después de la mezcla de la masa. Casi alfabéticamente se podían ver alineados a las jarra de agua tibia (que haría hervir en el microondas para ganar tiempo), el azúcar, el potesito diminuto de colorante, las conchas de limón ralladas (guardaba en un pote arroz chino muchas conchas ralladas para tenerlas a la mano todas las mañanas), los huevos, el jugo de limón.

Enciende la hornilla y sobre ella coloca una olla pequeña con suficiente aguar para hacer un baño de María. Mirando fijamente la ventana y el alba, espera a que esta hierva. En el segundo piso se escucha el agua de la ducha que empieza a correr. El ruido del agua la saca de su breve estupor y Amelia como por reflejo toma otro envase de su estante. Coloca en éste azúcar y maicena y vierte luego dos tazas de agua hirviendo que había llevado a ese punto en el horno microondas. Usando el mismo batidor de la masa, revuelve rápidamente, buscando mezclar bien no fuese cosa de que quedara grumosa, por ella sabía cuando detestaba Matías eso. En el segundo piso, Joaquín canta desafinadamente en la ducha. Con el envase dentro de la olla, cocinándose hasta casi hervir, Amelía se dispone a preparar la mesa para el desayuno. Unos huevos fritos y listo – piensa sin culpa alguna – Total, a él ya poco le importa. Lo único que quiere es que yo me deje de esto y así irse temprano al trabajo.

Con cuidado, saca el envase del baño de María, pasando su contenido a otra olla y colocando ésta sobre una nueva hornilla encendida a medio fuego. Espera poco tiempo para invertir el proceso. En apenas 3 minutos el contenido está nuevamente en el envase que otra vez sumerge en el baño de María. El ruido de la ducha ya cesó y Amelía mezcla con vigor el resto de los ingredientes. Primero las ñemas, seguidas del jugo con las conchitas de limón y finalmente la sal.

- Joaquín debe estar cambiándose – piensa – menos mal que le planché todo anoche. No soportaría otra descarga de reproches acerca del desorden de la casa, de la desatención y no sé cuántas cosas más que me dice cada vez que se molesta.

Retira la olla del fuego y con parsimonia vierte en ella el colorante vegetal. Limpiando un poco la repisa coloca la olla sobre un trapo y lo deja enfriando.

- Buenos días Amelia – escucha de espaldas mientras bate las claras en un envase largo y rectangular, cuidando formar pequeños picos nevados, como pequeñas cordilleras de nieves perpetuas.

- Buenos días – responde sin dejar de batir.

- ¿Otra vez tu con eso?

- Si, otra vez. Ya me conoces.

- Te dije que te dejaras de eso. No entiendo para qué sigues torturándote.

- No es una tortura. A Matías le encanta, ya lo sabes.

- No seas cruel Amelia. Ya es suficiente. Vamos para seis meses en este asunto todas las mañanas. No nos hace bien a ninguno de los dos.

Amelia no contesta. Ni siquiera se da vuelta para mirarlo.

- Tus huevos estarán listos en unos minutos. En la nevera hay jugo natural, creo que de naranja, pero puede ser de parchita, ya no me acuerdo. Pruébalo a ver.

Mientras enfría el relleno prepara en la hornilla que dejó libre dos huevos fritos. Los sirve sin mayor cuidado a Joaquín que prueba el jugo y dice para si mismo que es parchita, no naranja.

Mientras Joaquín desayuna, Amelia saca el molde con la masa del horno y derrama el relleno con cuidado. Al terminar lo introduce nuevamente en el horno.

- ¿No vas a comer nada? – pregunta Joaquín resignado.

- No tengo hambre. Más tarde comeré una fruta o algo.

- El noticiero debe estar por empezar – dice él como participando del rito.

- En 5 minutos – agrega ella con la voz como un hilo.

Joaquín termina sus huevos y mojando un trozo de pan en el plato le dice:

- Debo irme. Me llamas cualquier cosa por favor.

- Ve tranquilo. En 20 minutos estará listo el pie. Es un poco tarde, pero estará listo para cuando Matías llegue.

- Si, supongo – dice Joaquín levantándose y besándola en la nuca. Ella no responde. Mira la ventana fijamente.

Al terminar el noticiero, Amelia saca el pie ya listo del horno. No hay novedades. Joaquín ya debe estar en el taller. Amelia se sienta sola en la cocina mirando el pie que se enfría sobre la ventana. Sabe que Matías no llegará hoy, pero igual espera. No le queda otra cosa que esperar. Como ha hecho desde la mañana siguiente a la noche que se lo llevaron sin razón alguna. Desde entonces han pasado 184 días.

Cuando venga, comeremos juntos su postre favorito – piensa serenamente -. Porque debe llegar a mediodía, cuando terminan las clases del primer turno en la universidad.

Cuidadosamente lava los envases y la olla, organizando todo para la mañana siguiente. Guarda los ingredientes sobrantes del pie en la nevera y saca del congelador una pieza de pollo. Joaquín viene hoy a almorzar y no le gusta comer recalentado.

lunes, 26 de febrero de 2007

Lectores olvidados


Como ya deben saber, se está celebrando en Caracas el I salón de libro, evento que en mi opinión viene a resarcir de algún modo la triste experiencia que significó la feria del libro organizada por el estado. La iniciativa es maravillosa y la verdad el evento está quedando bastante bien. Lo nutren, sobretodo, eventos como charlas, bautizos de obras y presentaciones de nuevas ediciones, con lo cual los lectores podemos darnos el gusto de conocer y escuchar a muchos de las plumas noveles de nuestro país.
El objetivo de esta nota es comentar acerca de una preocupación que me surgió luego de asistir a la charla “el peligro de la escritura” que ofrecieron Alberto Barrera Tyszka, Vicente Lecuna y Héctor Bujanda. En la charla, como se puede prever por el título, había una intención no del todo declarada de llevar la discusión a un terreno político, lo que no deja de ser interesante pensando en todo lo que estamos viviendo como país – piénsese por ejemplo en el caso de Laureano Márquez y el vespertino TalCual – en el que la censura ideológica puede estar a la vuelta de la esquina. No obstante, los ponentes mantuvieron la discusión en un alto nivel, al menos hasta que la audiencia se lo permitió. Vicente habló de 4 desafíos del escritor, de la necesidad de atreverse siempre a buscar algo más, de escapar de los convencionalismos. Héctor se remitió a todo tipo de escritura, no sólo la utilizada en literatura, como peligrosa para la sociedad pues lleva en muchos casos cuestionamientos importantes sobre lo establecido (la moral, las buenas costumbres, los acuerdos políticos, etc.). Barrera, suscribió mucho de lo dicho por los dos autores anteriores e introdujo sutilmente el tema del autoritarismo y los peligros a los que pudiese llevar. Más allá de todo lo anterior, que como pueden observar no recuerdo a cabalidad, lo que me llamó la atención de la charla es que nadie habló del lector. Nadie se refirió a la importancia que el lector tiene en todo proceso de creación literaria. Tanto me llamó la atención que fui el primero en intervenir, preguntando sobre el problema de la desaparición de la lectura como un hábito, como un ejercicio placentero. Para mi sorpresa, a ninguno de los 3 ponentes, incluso al organizador de la charla cuyo nombre no recuerdo, el tema les mereció mayor importancia. De hecho, aún cuando reconocen que existen problemas en el consumo de literatura, no les parece que se esté leyendo menos. Uno llegó incluso a citar como ejemplo lo mucho que se chatea, haciendo con ello evidente que el que mucho chatea, necesariamente mucho lee. Borges, entre sus muchas citas célebres, tiene una de particular importancia en la que se refiere al acto de leer. Dice el maestro: “que otros se jacten de los libros que les fue dado escribir, yo me jacto de aquellos que me fue dado leer”. También, en el prólogo de “Historia universal de la infamia” afirma Borges que “A veces creo que los buenos lectores son cisnes aun más tenebrosos y singulares que los buenos autores. (...) Leer por lo pronto es una actividad posterior a la de escribir: más resignada, más civil, más intelectual".
Pregunto entonces: ¿Está bien pensar que el escritor puede prescindir del lector? ¿Está bien pensar que el que se lea menos literatura es un problema que no le compete al escritor? No soy de los que aboga por la lectura como un medio de superación. Coincido con la opinión de aquellos – como Harold Bloom – que creen que la lectura no hace mejor ni peor a nadie, que es sencillamente una actividad individual cuyo objetivo debe ser el goce estético, el placer del arte. Justamente por eso considero que aquellos que escriben, que quieren comunicar algo, deben procurar que haya gente dispuesta a leerlos. Siento que es una mirada narcisista y reducida la del escritor que escribe sin pensar en sus lectores. Novelas como Rayuela existen justamente pensadas en darle al lector un rol más activo en el proceso de creación literaria, es una suerte de concesión que Cortázar hizo, como diciéndonos a los lectores que escribiéramos el libro con él, a cuatro manos. Esto no quiere decir, obviamente, que se deba dejar de lado la preocupación por la buena literatura, que será siempre exclusiva. No estoy abogando por la existencia de nuevos Coelhos, estoy abogando por la existencia de un mayor número de lectores de Vargas Llosa, García Márquez, Shakespeare, y cualquier escritor cuya pretensión sea hacer literatura. ¿Qué sería de Barrera sin sus lectores?
Por todo lo anterior celebro iniciativas como las que se llevan a cabo en lugares en los que la lectura no es una práctica común. Ayudar a alguien a descubrir el placer en una novela, un cuento, un poema, un ensayo, es una manera de hacerle un favor, de regalarle una herramienta de goce maravillosa. Celebro a los insistentes que entienden que el escritor no existe sin un lector comprometido con el hábito de sumergirse de vez en cuando en el maravilloso mundo de la literatura.

jueves, 22 de febrero de 2007

Web 2.0 ... The Machine is Us/ing Us

Tomo prestado el título y la idea de un blog al que llegué desde el blog de un amigo. Esta primera oración, que parece más un trabalenguas que una explicación, es parte de lo que quiero transmitir en esta entrada. El fenómeno de blog, y con éste, el uso que hoy se le está dando a Internet, decididamente ha cambiado y seguirá cambiando la manera en la que nos relacionamos los seres humanos. No es de extrañarse que exista ya una "etnografía digital", en la que presumo se podrá uno sumergir en la "realidad" de los seres humanos para estudiarlos y comprenderlos mejor. Mi estimado amigo Wolfstrife ya me ha hablado de esto en el pasado, comentando cómo la identidad, la cultura y la expresión se están definiendo, entre otras cosas, en función del rol que internet tiene en nuestras vidas. Los blogs, dice él, serán probablemente objeto de estudio en el futuro, no sólo como vía de expresión, sino también como un nuevo género literario. Israel Centeno decía - y yo estoy absolutamente de acuerdo - que Julio Cortázar gozaría un mundo con los blogs hoy en día, creando múltiples heterónimos con los que jugar y reinventarse una y otra vez. ¿Qué nos espera? No lo sé, pero sé que nuestra identidad queda plasmada en cada entrada y cada link que creamos en la red.

No dejen de echarle un ojo a este video que es sencillamente genial (en producción y en idea) y que explica un poco mejor que yo todo lo que quise decir arriba de estas líneas.

miércoles, 14 de febrero de 2007

Del diario de Bioy


Por esos azares que dominan nuestro día a día, fui a parar ayer frente a la modesta biblioteca que todavía no he mudado de casa de mis padres y me tropecé con el libro "Descanso de Caminantes" que escribiera Adolfo Bioy Casares y que se publicó póstumamente. El tomo en cuestión recoge buena parte de su diario personal, y al igual que lo que ocurre en las colecciones de la correspondencia de autores famosos, nos permite acercarnos más al escritor - persona, al ser humano detrás de la prosa deslumbrante.

Dos notas llamaron mi atención. La primera es la escrita el 12 de febrero de 1984, referida obviamente a la muerte de Cortázar y en la que Bioy se lamenta no haber podido salvar las distancias que la política interpuso entre ambos escritores. Las comparto con uds para evitar interpretaciones.

12 de febrero de 1984: Muerte de Cortázar. Vlady me previno: “escribile pronto. Está enfermo. Va a morir”. Como siempre, me dejé estar. Yo quería agradecerle la extraordinaria generosidad de referirse a mi, tan elogiosa, tan amistosamente en su admirable “Diario de un cuento”. La carta era difícil. ¿Cómo explicar, sin exageraciones, sin falsear las cosas, la afinidad que siento con él si en política muchas veces hemos estado en posiciones encontradas? Es comunista, soy liberal. Apoyó la guerrilla; la aborrezco, aunque las modalidades de la represión en nuestro país me horrorizaron. Nos hemos visto pocas veces. Me he sentido amigo de él. Si estuviéramos en un mundo en que la verdad se comunicara directamente, sin necesidad de las palabras, que exageran o disminuyen, le hubiera dicho que siempre lo sentí cerca y que en lo esencial estábamos de acuerdo. Pero, ¿la política no era esencial para él? Voy a contestar por mi. Aunque sea difícil distinguir el hombre de sus circunstancias, es posible y muchas veces lo hacemos. Yo sentía cierta hermandad con Cortázar, como hombre y como escritor. Sentí afecto por la persona. Además estaba seguro que para él y para mí este oficio de escribir era el mismo y lo principal de nuestras vidas. No porque lo creyéramos sublime; simplemente porque siempre fue nuestro afán.


La otra nota que me impacto terriblemente fue la que escribió el 14 de junio de 1986, el día que murió Jorge Luis Borges en Ginebra. En ella vemos que Bioy se enteró en la calle, de boca de un extraño, acerca de la muerte de su entrañable amigo. ¿Cómo puede ser eso? ¿Quién podía imaginar que Bioy Casares, ávido colaborador de Borges, con quien escribiera varios tomos a cuatro manos, pudiese enterarse de la muerte de su amigo caminando por la calle? ¿Qué pudo haber sentido Bioy en esa tarde?

Igualmente intrigante es imaginar la escena en la que Borges le avisa a su amigo que no volverá, que morirá en el extranjero, porque significa pensar en una escena que uno creía imposible, sobretodo tratándose de un Borges que siempre afirmó anhelar la muerte, calificando de pesimista a aquellos que le preguntaban si viviría tanto como su madre.


Definitivamente, qué privilegio poder leer estas cosas y acercarnos un poco más a la humanidad de estos dioses de la literatura. Este es la nota del 14/06/86


Sábado, 14 de junio de 1986: Almorcé en La Biela, con Francis. Después decidí ir hasta el quiosco de Ayacucho y Alvear, para ver si tenía “Un experimento con el tiempo”. Quería un ejemplar para Carlos Pujols y otro para tener de reserva. Un individuo joven, cara de pájaro, que después supe que era el autor de un estudio sobre las Eddas que me mandaron hace meses, me saludó y me dijo, como excusándose: “hoy es un día muy especial”. Cuando por segunda vez dijo esa frase le pregunté: “¿Por qué?”. “Porque falleció Borges. Esta tarde murió en Ginebra”, fueron sus exactas palabras. Seguí mi camino. Pasé por el quiosco. Fui a otro de Callao y Quintana, sintiendo que eran mis primeros pasos en un mundo sin Borges. Que a pesar de verlo tan poco últimamente yo no había perdido la costumbre de pensar: “Tengo que contarle esto. Esto le va a gustar. Esto le va a parecer una estupidez”. Pensé: “Nuestra vida transcurre por corredores entre biombos. Estamos cerca unos de otros, pero incomunicados. Cuando Borges me dijo por teléfono desde Ginebra que no iba a volver y se le quebró la voz y cortó, ¿cómo no entendí que estaba pensando en su muerte? Nunca la creemos tan cercana. La verdad es que actuamos como si fuéramos inmortales. Quizá no pueda uno vivir de otra manera. Irse a morir a una ciudad lejana… tal vez no sea tan inexplicable. Cuando me he sentido muy enfermo a veces deseé estar sólo: como si la enfermedad y la muerte fueran vergonzosas, algo que uno quiere ocultar”.

C.



martes, 13 de febrero de 2007

Recordando a Julio



Ayer se cumplió un año más de la desaparición de Julio Cortázar, uno de los más insignes e innovadores escritores que ha dado este continente. Su prosa lúdica y su estilo novedoso nos regaló a todos los que tenemos la dicha de leerlo incontables momentos de felicidad. Justo es recordarlo y saludarlo abriendo alguno de sus tomos y sumergiéndonos en esa magia que sólo un cronopio de su estatura puede regalarnos.
¡Salud Cronopio!

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"Yo creo que desde muy pequeño mi desdicha y mi dicha al mismo tiempo fue el no aceptar las cosas como dadas. A mí no me bastaba con que me dijeran que eso era una mesa, o que la palabra "madre" era la palabra "madre" y ahí se acaba todo. Al contrario, en el objeto mesa y en la palabra madre empezaba para mi un itinerario misterioso que a veces llegaba a franquear y en el que a veces me estrellaba."

"En suma, desde pequeño, mi relación con las palabras, con la escritura, no se diferencia de mi relación con el mundo en general. Yo parezco haber nacido para no aceptar las co- sas tal como me son dadas."








lunes, 12 de febrero de 2007

La Castroenteritis


Por razones definitivamente ajenas a mi voluntad llevo semanas alejado de la literatura, lo que hace que siga pensando en política y en consecuencia publique aquí sobre ese tema. Como he dicho anteriormente, no es el propósito del blog, pero dadas las circunstancias, tendré que adaptarme un poco. En esta ocasión comparto con uds un ensayo escrito por Guillermo Cabrera Infante y publicado en su libro "Mea Cuba". Espero sea de su agrado.
Saludos.
C.
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La Castroenteritis



No hay mal que dure cien años pero conozco uno, la Castroenteritis, que dura ya treinta y tres. Es una enfermedad del cuerpo (te hace esclavo) y del ser (te hace servil) y la padecen nativos y extranjeros – algunos de los últimos con extraña alegría. Aunque la enfermedad es infecciosa (hay que advertir que los atacados no tienen todos ideas sino sentimientos totalitarios: la Castroenteritis no deja pensar) y a veces es fatal, tiene un antídoto poderoso, la verdad. La verdad desnuda crea anticuerpos que combaten la Castroenteritis eficazmente. Hay una variedad nueva que ha brotado dondequiera que se esté a la moda y se la ha bautizado con el nombre de Castroenteritis Chic. Afortunadamente la epidemia está menguando y no queda más que un foco, según la teoría de un francés contaminado y recuperado luego. Todo parece indicar que el brote más virulento será erradicado en breve. Los anticuerpos parecen tomar posesión de todo el cuerpo.
“Fidel Castro ha erradicado la pobreza en Cuba y ha nacionalizado la miseria”. Esta frase la dije en fecha tan temprana como junio de 1968 en un artículo para la revista primera plana con el que me construí un ghetto de uno solo. Cadáveres ilustres (Cortázar, Carlos Barral) y zombies políticos (mencionarlos ahora es activarlos) me condenaron a un ostracismo que no fue más que una estación más en mi exilio voluntario. Estaban entonces en todas partes, hasta en un vuelo de Iberia en el que el sobrecargo se convirtió en una pobre carga castrista. Epítetos al uso (gusano, sin advertir que uno siempre se puede convertir en mariposa, lacayo del imperialismo, insulto proferido por otro lacayo de otro imperialismo) cayeron sobre mí como una lluvia ácida.
Pero sabía que tenía razón. A diferencia de esos Castroenterados yo podía repetir con José Martí: “He vivido en el monstruo y conozco sus entrañas”. Y aún más: estuve en su caverna y no sólo sé el terrible tamaño de Polifemo y cómo reconocerlo, sino que una perversa intimidad me permite usar el nombre de cada cíclope y sus apodos: el Gallego, el Guajiro, Barbarroja, Barbita, el Chino y hasta aquél que se llamó siempre Richard pero cambió de súbito de nombre por miedo a identificarse, no con el enemigo, sino con la lengua del enemigo. El peligro que se corre en esta espelunca es que el amigo puede convertirse en seguida en enemigo. Por eso, cuando me preguntaban mi nombre, yo decía: “Ning-Uno”.
No puedo predecir ni el futuro más cercano. Mañana por ejemplo. No soy un futurólogo. Ni siquiera soy un futurista y además soy miope. Pero puedo mirar al pasado con ira. Sobre todo el pasado español. En España, desde Franco hasta Felipe González, pasando por el falso duque, se ha dado la mano a una mano de hierro poniéndole guantes de seda y una joya o dos. Para pagar, justo cambio, Castro ha enviado a España inodoros y ha llegado a pagar su deuda ¡con caramelos! Hay otras transacciones más vergonzosas que una taza de inodoro, pero ésas son razones comerciales. Lo que es difícil de explicar son los efusivos abrazos de Felipe González en Barajas cuando Castro, jugador de póquer, obligó al español a una escala forzada. Están además las fotos de su regocijo en Tropicana, flanqueado por una corista casi corita, y por Castro al otro lado, en lo que parecía una versión en colores de la bella y la bestia. Esta foto fue para mi tan repugnante como la que se hizo Franco con Hitler. La única diferencia es que en la última el asunto era de tirano a tirano. ¿Por qué González le tira tanto el ogro de la Habana? La respuesta puede ser el nombre de otro capricho español.
Puedo hablar también del presente miserable. Después de treinta años de racionamiento por tarjeta, ahora Castro planea adoptar el régimen de Pol Pot, la llamada economía de subsistencia, y un lunático sistema militar – agrícola que creará en la población cubana una verdadera hambruna. Aunque, no, claro, para los dirigentes. (Ya en la guerrilla de la sierra era Castro quien se comía el único trozo de carne). Además, por si la debacle. Un diplomático sudamericano que se dice enterado asegura que Felipe González ya ha ofrecido asilo a Castro en Galicia. Lo dudo. Castro es un capitán que después de averiar su barco se hunde con él. La isla será su Titanic.

Londres, 2 de marzo de 1990.