lunes, 29 de octubre de 2007

La destrucción


Es un lunes demasiado lunes, tengo gripe y ya en los 60 minutos de caos que he pasado en la calles caraqueñas me ha bastado para pelearme otra vez con este país. No escribiré nada más, haré simplemente de caja de resonancia. A continuación el editorial del TALCUAL de hoy. Hagan con él lo que les provoque.

C.



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La reforma de la Constitución, aparte de constituir un fraude a ella misma y configurar un golpe de Estado con disfraz constitucional, puede ser considerada como un Plan de Destrucción de Venezuela. Si esa reforma llegara a ser aprobada definitivamente y se quisiera colocar la vida del país bajo su imperio, desarrollando su normativa mediante los decretos–ley que Chávez tiene en mente dictar a partir de la Ley Habilitante, el resultado será tremendamente destructivo. Venezuela sufriría los efectos de un bombazo nuclear.

La demolición del tramado institucional, sustituyéndolo por unas figuras vagas e indefinidas, de las cuales lo único cierto que emerge es una concentración total del poder político en el puño de Chávez, hará del Estado venezolano, un aparato aún más hipertrófico de lo que siempre fuera, muchísimo más ineficiente de lo que es hoy –lo cual no es poco decir–, en el cual la toma de decisiones y su aplicación se hará tan pesada y rígida que casi lo paralizará. La "destrucción del estado burgués", derivada de la reforma –que es seguramente la coartada ideológica que los Monederos y las Harneckers le venden a Chávez–, conduce inexorablemente a la creación de un una máquina estatal, invasiva y todopoderosa, pero ineficiente e incapaz de administrar la vida cotidiana del país, enredado en una burocracia kafkiana Además, supone la liquidación definitiva del "empoderamiento" del pueblo, que pasa a ser sujeto pasivo de su devenir. Sobre este asunto la experiencia histórica es más que elocuente.

Dentro de este marco jurídico e institucional, la economía y con ella la sociedad, será una víctima impepinable. La idea de un estado que administre desde Pdvsa hasta las variadas formas de propiedad social prefiguradas en la reforma (porque todas terminarán siendo estatales, como ya lo están siendo hoy las experiencias cooperativas y cogestionarias sobrevivientes), es absolutamente irracional, como irracional es la idea de que el comportamiento económico de ese amasijo de empresas que conformarán el capitalismo de estado puede ser planificado y dirigido desde una comisión central de planificación. El capitalismo de Estado se tragará hasta un barril de petróleo de 200 dólares.

Si encima de esto, se implementará un plan de hostigamiento permanente del primer empleador, que es el sector privado de la economía, sometido, además al capricho gubernamental, el resultado previsible es la ruina colectiva. La destrucción del país.

¿Demasiado apocalíptico? No hay que mirar muy atrás en la historia, ni muy lejos de nuestras costas, para percibir la gravedad de lo que nos amenaza.

martes, 23 de octubre de 2007

La Biblioteca Chávez


Cayo en mis manos un libro interesante de Manuel Caballero titulado “Por qué no soy bolivariano” el cual encontré esclarecedor, al menos para mi, que ignoro muchas cosas, sobretodo de historia. No soy un fan de la prosa de Caballero, pero reconozco en él una mente lúcida (de las pocas que nos quedan en estos días aciagos) y respeto profundamente sus ideas, tomándolas con la humildad de un ignorante como yo. El libro en cuestión reúne los argumentos que lo distancian a Caballero de esta religión melcochuda llamada chavismo, todos ellos ampliamente documentados y respaldados por datos reales. Me gustó particularmente las referencias que hace a las citas o bien apócrifas o mal interpretadas que los “intelectuales” de la revolución hacen constantemente. Todo esto viene como prefacio del artículo que copio más abajo y que invito a que lean pese a ser un poco extenso (al menos para lo que se estila en un blog). Evidentemente, es también una invitación a la lectura del libro de Caballero, aunque sea sólo para saber un poco más de este mar de un centímetro de profundidad que es el pensamiento revolucionario.

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La Biblioteca Chávez
Ibsen Martínez


1.-
Camino llevamos andado escuchando al Máximo Líder hablar de libros.

Desde sus tiempos de profeta abstencionista, nos ha mantenido al corriente de los que, en muchos casos, han sido para él novedades literarias.

Ya ni siquiera tiene chiste el episodio del “Oráculo del Guerrero”, borrado de la lista de citas casuales en Aló Presidente, gracias a una punzo penetrante observación sobre identidades sexuales que Boris Izaguirre dejó escapar en un programa de trasnocho.Tampoco la anécdota, no sé si apócrifa o verídica, pero sí bastante difundida en su momento, de que el futuro Secretario General del PSU declaró en rueda de prensa que “La Rebelión de las Masas”, de Ortega y Gasset, fue un libro capital en su formación revolucionaria. Al parecer, la sola palabra “rebelión” en el título bastó a su entusiasmo por uno de los ensayos fundacionales de la derecha ilustrada.

Otras gaffes se le han atribuido, como esa de haber afirmado alguna vez que “El Culto a Bolívar”, de Germán Carera Damas, texto precursor de la denuncia del uso político de lo cultos heroicos, fue el manantial que alimentó la particular variedad chavista de culto al Libertador.

No sería justo soslayar las dotes de Chávez como divulgador bibliográfico. Ahí tiene usted el caso de Noam Chomsky. El profesor Chomsky es la prueba viviente de que se puede ser un genio de la lingüística generativa transformacional y, al mismo tiempo, un perfecto badulaque en cuestiones de política tercermundista. Atesoro entre mis recortes de prensa la serie de artículos aparecidos en The New York Times acerca del envión en ventas que, para un libro del Chomsky antiglobalizador, significó una sola mención del mismo por parte de Chávez mientras monologaba ante la Asamblea General de la ONU.

Cierto que, en aquella ocasión, Chávez dio por muerto al autor –¿será propensión megalómana eso de suponer que todos los demás genios universales ya han muerto?–, pero ese detalle, olvidado por quien le sopló libro y autor, no impidió que la simpatía que nuestro presidente despierta en el movimiento antiglobalizador mundial llevara las ventas del libro de Chomsky a cotas nunca antes alcanzadas.


2.-
Tengo para mí que, lejos de ser refractario, el presidente no desatiende sugerencias.

Ahí tiene usted el caso de Los Miserables. Entiendo que el Ministerio de Cultura ha patrocinado una edición masiva del libro de Victor Hugo. Tal titanismo de imprenta no puede ser cosa de un simple ministro chavista, por definición transitorio y condenado a regresar el día menos pensado a la oscuridad.

Tiene que haber sido una feliz idea de Chávez, ¿de quién si no?
Es ya un tópico intelectual de la izquierda afirmar que Los Miserables cambia la vida de quien lo lee por vez primera. Casi siempre esto se dice para subrayar el compromiso con los desheredados que debe guiar nuestras lecturas. Al respecto, Mario Vargas Llosa, en un breve y brillante ensayo, íntegramente dedicado a Los Miserables ( “La Tentación de lo Imposible”, Alfaguara, 2004), observa que ninguno de los combatientes de la barricada en torno a la cual gira buena parte de la trama del libro reivindica jamás una idea o tendencia que pueda interpretarse como “de izquierda”, ni en los términos que la palabra designaba en el s. XIX, ni en los del s. XX ni en los de estos albores del XXI que vivimos.

El gran Victor Hugo, que se las apañó para ser, en diversas épocas de su vida, monárquico y republicano, sabía cuidar su mercado de lectores, sin enajenarse a nadie que pudiera pagar por leerlo con una pendejada ideológica.

No es el logro menor de Hugo añadir a la imaginación literaria universal una barricada que no es de izquierda ni de derecha, ni republicana ni monárquica, sino un escenario donde se despliegan heroísmos y ruindades humanas que no desentonan ni siquiera en un musical de Broadway.

Con todo, escuché a un joven chavista decirle sin parpadear a su novia que Los Miserables, texto que apareció en 1862, narra los días de la Comuna de París, trascurridos en 1871.

Hemos, pues, escuchado a Chávez durante todos estos años hablar de libros, y mencionar títulos de Frantz Fanon o de William Ospina.

Donde quiero llegar es a esto: sin duda el presidente no es un lector omnívoro e insaciable, con seguridad Chávez no es un lector como pudo serlo J.G. Cobo Borda, pero los libros le inquietan y mucho. Como todo aspirante autócrata, sabe que los libros importan, que los libros son de temer.

3.-
La alquimia profunda que rige las relaciones de un caudillo absoluto con sus adulantes anima las prácticas de acoso a medios y periodistas que incesantemente se denuncian.

Un caso a la mano es el del texto de Laureano Márquez, penalizado por un tribunal con una multa, una barbaridad a la que Chávez niega toda atribución personal porque lo que actuó no fue él sino la justicia independiente a solicitud de un organismo cuyos directivos se sintieron en deber de actuar legalmente.

Otra vuelta de la misma tuerca adulante viene a darse ahora en torno el libro de Cristina Marcano y Alberto Barrera Tyzska, “Chávez sin Uniforme” (Random House Mondadori, 2004). El mismo –una muy equilibrada semblanza de la juventud de Chávez y de su insurgencia en el horizonte político venezolano– tiene ya varios años circulando en muchos países de habla hispana. La edición brasileña ( “Chávez Sem Uniforme”, Editora Gryphus, 2006) anticipó el éxito de la italiana ( “Hugo Chávez: il nuovo Bolívar?”, editorial Baldini Castoldi Dalai, 2007). Pero ha sido sólo últimamente que ha atraído la atención de quienes lo declaran sin más un plagio, con intención de desestimular su lectura.

Chávez, por cierto, no lo ha mencionado directamente, tan sólo ha dicho por televisión que parte de sus fuentes primarias, sus interesantísimos diarios de cadete, “cayeron en manos del enemigo.” Eso ha bastado para que, de pronto, la prensa oficialista publique sesudos “informes” académicos que dan cuenta de la presunta improbidad intelectual de sus autores, algo que, hasta ahora, nadie ha podido demostrar.

Tengo para mí que el anuncio del inminente lanzamiento en EEUU de una masiva edición en inglés, prologada por Moisés Naím, editor de la influyente revista “Foreign Policy”, sumada a la envidia cómplice de algún analista que haya podido creerse “dueño” del tema, está en el origen del asunto.

¡Si tan sólo Chávez se animase a mencionarlo en alguna de esas cumbres antimperialistas!
Las ventas del libro de mis panas remontarían en USA niveles que ríete de Noam Chomsky.

miércoles, 10 de octubre de 2007

jueves, 4 de octubre de 2007

Procesión



En algún momento (suavemente empezaba a anochecer, el horizonte de techos de automóviles se teñía de lila) una gran mariposa blanca se posó en el parabrisas del Dauphine, y la muchacha y el ingeniero admiraron sus alas en la breve y perfecta suspensión de su reposo
Julio Cortázar, Autopista del Sur



Cuando Cortázar escribió “Autopista del Sur”, lo hizo pensando en una pesadilla que no le pertenecía. Tan cierto es esto, que cuando Joaquín Soler Serrano lo entrevistó en España y le preguntó por el cuento, el Cronopio afirmó no haber estado nunca metido en una cola, pero que la sola idea le parecía horrenda. Hoy no es ni siquiera un lugar común pensar en el cuento aquél cuando se maneja por el infierno caraqueño; más bien genera una nostalgia ajena - porque en realidad nunca lo vivimos - pensar que alguna vez en Caracas se podía manejar sin mayores dificultades. En el presente, atentando contra todo vestigio (si es que existe tal vestigio en el caraqueño) de sentido común, nos disponemos día tras día a inmolarnos entre 2 y 3 horas diarias metidos en nuestro carro. Piénsese bien en la contradicción que supone necesitar de casi una tonelada de metal y plástico para transportar unas cuantas decenas de kilos de hueso y carne de un sitio a otro. Piénsese también en lo curioso que resulta el hecho de que las distancias, que antes habían sido vencidas por la tecnología automotriz, terminaron por imponerse amparados en la trampa de la velocidad. Terrazas del Avila volvió a quedar fuera de Caracas, porque ir desde y hacia ese sitio nuevamente toma horas, como posiblemente ocurría en el pasado para ir hacia lo que sea que existiese en ese sitio (monte y culebra, most likely). Lo mismo le pasa a La Trinidad, Montalban, La Urbina, Padros del Este, El Hatillo; son todos destinos foráneos, alejados de nosotros por ríos interminables de zombies en cajitas de metal. Quizá lo peor de todo es que nadie parece decir nada. Desarrollamos estrategias, que como las colas que queremos evitar, terminan corroyendo lo poco de calidad de vida que logramos rescatar del trabajo y las responsabilidades por definición no placenteras. Así, nos levantamos a las 5 de la mañana y somos capaces de quedarnos en nuestros sitios de trabajo hasta pasadas las 9 de la noche, con tal de sentir que todavía se puede llegar a cualquier sitio en 20 minutos. Cuando se echa la mirada atrás, se da uno cuenta de que pasan las semanas y cada vez hay menos tiempo para el disfrute, el esparcimiento, el goce, la paz, los hobbies, la televisión, los libros o lo que coño sea que nos atrape o apasione. No hace ni falta realizar la antipática operación estadística que supone calcular que porcentaje de nuestra vida la pasamos con el culo pegado a la butaca del carro, mirando con la boca semi abierta esa triste procesión de alienados que desfila todos los días por nuestra triste ciudad. ¡Es demasiado! Y no se va a detener. Se siguen vendiendo decenas de miles de carros todos los meses en este país y no se construye ni un milímetro de vialidad.
Pronto no quedará más remedio que apagar el carro cuando veamos que la cola en la que estamos dejó de moverse para siempre, darle al botón de la alarma e irnos caminando a nuestras casas.