Las Celestiales
Nuevamente de manos de mi estimado amigo José Vilela, un Cronopio como los que ya no se hallan, me llegó a las manos un librillo titulado Las Celestiales, que mi ignorancia (que es inmensa) no me había dejado conocer. El libro en cuestión fue escrito por Iñaki de Errandonea, s.j, (pseudónimo de Miguel Otero Silva) y fue dado a la imprenta en el año 1965 acompañado por ilustraciones de Fray Joseba de Escucarreta, s.j (pseudónimo de Pedro León Zapata). La obra reúne y comenta con una prosa realmente deliciosa una serie de cuartetas presumiblemente originadas en la cultura popular y en las que se canta sobre Santos con alguna que otra palabrota - lo cual por cierto desató la ira del entonces Cardenal Humberto Quintero. La edición que mi estimado pana me regaló (Libros de El Nacional, 2003) viene con sendos prólogos, el primer de Jesús Sanoja Hernández y el segundo y más importante, del propio MOS, el cual por cierto, es de los mejores prólogos que he leído en mi vida (no exagero). Me tomo la molestia de comentar el librillo (el diminutivo no le hace justicia a la calidad de la obra, hace referencia a su brevedad simplemente) porque es de lo mejor que he leído en materia de humor y confío que cualquier buen lector sabrá disfrutar de una prosa espectacular y un ingenio maravilloso. Pero como nada es mejor que dar a probar un bocado de este plato fantástico, dejo ya de hablar pendejadas y les transcribo uno de las varias piezas que podrán encontrar en Las Celestiales. Espero las disfruten tanto como yo.
***
Cuando San Juan se cayó
de la escalera pa´bajo,
Dijo Dios: ¡Adios carajó,
Este Santo se jodió!
de la escalera pa´bajo,
Dijo Dios: ¡Adios carajó,
Este Santo se jodió!
En los llanos venezolanos existen dos versiones de esta copla. Don Carlos del Pozo en su Memoria Planiciae Guaricensis transcribe la siguiente: “Cuando San Pablo cayó, etc...”, lo cual significaría que quién rodó por la escalera no fue ningún San Juan sino el genial autor de las Epístolas. A este respecto refiere Tertuliano, en su “Apología contra los Gentiles”, que a poco de convertido San Pablo fue víctima del Demonio e incurrió de nuevo en sus abominables idolatrías. Súpolo José de Arimatea y narróle un sueño donde se le había parecido Javeh para decirle que Saulo de Tarso era un caso perdido. Según la trascripción de don Carlos del Pozo, sería a este sueño de José de Arimatea a lo que se refiere en su ingenuo lenguaje la musa popular.
A contrapelo hemos comprobado que en la zona de San Sebastián de los Reyes, región donde genuinamente se cantan Las Celestiales, no existen vestigios de la exégesis que atribuye a San Pablo el desbarrancamiento. Ningún trovador ni trovadora entona los versos sino de este modo: “Cuando San Juan se cayó, etc”. En consecuencia, hubimos de concretar nuestras pesquisas en torno a San Juan.
Nuestra primera dificultad fue dilucidar de cuál San Juan se trataba. Existen en el calendario cristiano la bicoca de 49 Santos Juanes distintos, sin contar los 79 Beatos Juanes, que están en aguardo de su canonización. Los Santos van desde San Juan de la Cruz, que era un excelso poeta, hasta San Juan el Enano, cuya fiesta se celebra humildemente el 17 de octubre. ¿A cuál de esos 128 Santos o Beatos Juanes se refería la cuarteta? Ahí estaba el busilis.
Tras largo quemarnos las pestañas escrutando infolios, actas y textos de hagiografía, llegamos a la conclusión de que el San Juan del patatús no había sido otro sino el más eminente de todos, aquel de quien dijo Jesús: “En verdad os digo, no entre los nacidos de mujer ninguno más grande que Juan el Bautista”.
Estaba San Juan sepultado en una cisterna de la fortaleza de Maqueronte, donde lo había metido Herodes, tetrarca de Galilea, en castigo por los sermones que el Profeta pronunciaba para denunciar los pecados de la carne que Herodías, mujer de Herodes, cometía con los capitanes de Asiria, los jóvenes egipcios y unos cuantos caballeros más. Herodes, que a pesor de todo le tenía cierta simpatía al prisionero, permitióle que subiera por la escalerilla hasta el borde de la cisterna y desde allí presenciara la danza que Salomé, hija de Herodías, iba a bailar en honor al Tratarca. Según la versión del escritor pagano Oscar Wilde (cuya lectura desaconsejamos a los menores de 20 años), Salomé, que había heredado los volcanes interiores de su madre, se enamoró de San Juan al no más verle los ojos y gritó desenfrenada: “¡Quiero besar la boca de Jokanahán!”. Empero, la historia auténtica cuenta que Salomé bailó la danza de los siete velos, quitándose velo por velo, hasta quedar como Herodías la echó al mundo. El pobre Bautista, agarrado a la barandilla de la cisterna, soportó los seis primeros velos sin parpadear. Pero cuando estalló debajo del séptimo aquella blancura de paloma y lirio, aquellas sonrosadas redondeces, aquel cuerpo de diosa que jamás la Divina Providencia ha vuelto a esculpir, el Santo soltó el pasamanos, rodó por la escalera que lo sostenía y su cuerpo retumbó en el fonde de la cisterna como un fardo de plomo. Dios, que está en todas partes, contempló la escena e hizo el comentario adecuado.
A contrapelo hemos comprobado que en la zona de San Sebastián de los Reyes, región donde genuinamente se cantan Las Celestiales, no existen vestigios de la exégesis que atribuye a San Pablo el desbarrancamiento. Ningún trovador ni trovadora entona los versos sino de este modo: “Cuando San Juan se cayó, etc”. En consecuencia, hubimos de concretar nuestras pesquisas en torno a San Juan.
Nuestra primera dificultad fue dilucidar de cuál San Juan se trataba. Existen en el calendario cristiano la bicoca de 49 Santos Juanes distintos, sin contar los 79 Beatos Juanes, que están en aguardo de su canonización. Los Santos van desde San Juan de la Cruz, que era un excelso poeta, hasta San Juan el Enano, cuya fiesta se celebra humildemente el 17 de octubre. ¿A cuál de esos 128 Santos o Beatos Juanes se refería la cuarteta? Ahí estaba el busilis.
Tras largo quemarnos las pestañas escrutando infolios, actas y textos de hagiografía, llegamos a la conclusión de que el San Juan del patatús no había sido otro sino el más eminente de todos, aquel de quien dijo Jesús: “En verdad os digo, no entre los nacidos de mujer ninguno más grande que Juan el Bautista”.
Estaba San Juan sepultado en una cisterna de la fortaleza de Maqueronte, donde lo había metido Herodes, tetrarca de Galilea, en castigo por los sermones que el Profeta pronunciaba para denunciar los pecados de la carne que Herodías, mujer de Herodes, cometía con los capitanes de Asiria, los jóvenes egipcios y unos cuantos caballeros más. Herodes, que a pesor de todo le tenía cierta simpatía al prisionero, permitióle que subiera por la escalerilla hasta el borde de la cisterna y desde allí presenciara la danza que Salomé, hija de Herodías, iba a bailar en honor al Tratarca. Según la versión del escritor pagano Oscar Wilde (cuya lectura desaconsejamos a los menores de 20 años), Salomé, que había heredado los volcanes interiores de su madre, se enamoró de San Juan al no más verle los ojos y gritó desenfrenada: “¡Quiero besar la boca de Jokanahán!”. Empero, la historia auténtica cuenta que Salomé bailó la danza de los siete velos, quitándose velo por velo, hasta quedar como Herodías la echó al mundo. El pobre Bautista, agarrado a la barandilla de la cisterna, soportó los seis primeros velos sin parpadear. Pero cuando estalló debajo del séptimo aquella blancura de paloma y lirio, aquellas sonrosadas redondeces, aquel cuerpo de diosa que jamás la Divina Providencia ha vuelto a esculpir, el Santo soltó el pasamanos, rodó por la escalera que lo sostenía y su cuerpo retumbó en el fonde de la cisterna como un fardo de plomo. Dios, que está en todas partes, contempló la escena e hizo el comentario adecuado.
5 comentarios:
Chamo, ya yo me perdí entre las llamas: yo leí "El príncipe Feliz" cuando tenía como 10 años...y eso que me lo regaló mi papá, imagináte (acento maracucho, no te confundáis) a cuál paila lo mandarán a él.
Me reí un montón con esta pieza, ojalá pueda leer el libro completo. Gracias, Cronopio...
Estimado William, gracias por la visita. En efecto, la pieza es maravillosa, como lo es el libro entero. Qué fabuloso que es descubrir estas joyas dentro de nuestras letras. Sobre Wilde, siempre hay que volver a ese maestro de la conversación, de la inteligencia y del buen humor. No en vano Borges decía que Wilde siempre tenía la razón.
Un abrazo y thanks again.
Me acordé de repente, a propósito de las llamas en donde nos hallamos metidos, un comentario que reza más o menos así: la diferencia entre el cielo y la tierra está en que el infierno tiene un peor clima pero mejor gente. Partiendo, claro, del concepto de cielo al que probablemente se refería el difunto Cardenal Quintero cuando satanizó esta pequeña joya de MOS.
Otro abrazo.
Brillante. No conocía el libro, lo voy a buscar. De Otero Silva leí hace años esa maravilla que es La Piedra que era Cristo. Es casi tierno que un ateo tuviese tan buena disposición hagiográfica.
Abrazo por allá.
Búsquelo rápido, mi estimado pana, porque sé que lo disfrutarás.
La Piedra que era Cristo lo estoy leyendo justo ahora (también gracias a mi amigo cronopio Vilela) y hablábamos justamente de lo que mencionas. A mi, sobre todas las cosas, me encanta su manera de escribir. Es un verdadero goce.
Gracias por el comentario y otro abrazo para ti.
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