jueves, 4 de octubre de 2007

Procesión



En algún momento (suavemente empezaba a anochecer, el horizonte de techos de automóviles se teñía de lila) una gran mariposa blanca se posó en el parabrisas del Dauphine, y la muchacha y el ingeniero admiraron sus alas en la breve y perfecta suspensión de su reposo
Julio Cortázar, Autopista del Sur



Cuando Cortázar escribió “Autopista del Sur”, lo hizo pensando en una pesadilla que no le pertenecía. Tan cierto es esto, que cuando Joaquín Soler Serrano lo entrevistó en España y le preguntó por el cuento, el Cronopio afirmó no haber estado nunca metido en una cola, pero que la sola idea le parecía horrenda. Hoy no es ni siquiera un lugar común pensar en el cuento aquél cuando se maneja por el infierno caraqueño; más bien genera una nostalgia ajena - porque en realidad nunca lo vivimos - pensar que alguna vez en Caracas se podía manejar sin mayores dificultades. En el presente, atentando contra todo vestigio (si es que existe tal vestigio en el caraqueño) de sentido común, nos disponemos día tras día a inmolarnos entre 2 y 3 horas diarias metidos en nuestro carro. Piénsese bien en la contradicción que supone necesitar de casi una tonelada de metal y plástico para transportar unas cuantas decenas de kilos de hueso y carne de un sitio a otro. Piénsese también en lo curioso que resulta el hecho de que las distancias, que antes habían sido vencidas por la tecnología automotriz, terminaron por imponerse amparados en la trampa de la velocidad. Terrazas del Avila volvió a quedar fuera de Caracas, porque ir desde y hacia ese sitio nuevamente toma horas, como posiblemente ocurría en el pasado para ir hacia lo que sea que existiese en ese sitio (monte y culebra, most likely). Lo mismo le pasa a La Trinidad, Montalban, La Urbina, Padros del Este, El Hatillo; son todos destinos foráneos, alejados de nosotros por ríos interminables de zombies en cajitas de metal. Quizá lo peor de todo es que nadie parece decir nada. Desarrollamos estrategias, que como las colas que queremos evitar, terminan corroyendo lo poco de calidad de vida que logramos rescatar del trabajo y las responsabilidades por definición no placenteras. Así, nos levantamos a las 5 de la mañana y somos capaces de quedarnos en nuestros sitios de trabajo hasta pasadas las 9 de la noche, con tal de sentir que todavía se puede llegar a cualquier sitio en 20 minutos. Cuando se echa la mirada atrás, se da uno cuenta de que pasan las semanas y cada vez hay menos tiempo para el disfrute, el esparcimiento, el goce, la paz, los hobbies, la televisión, los libros o lo que coño sea que nos atrape o apasione. No hace ni falta realizar la antipática operación estadística que supone calcular que porcentaje de nuestra vida la pasamos con el culo pegado a la butaca del carro, mirando con la boca semi abierta esa triste procesión de alienados que desfila todos los días por nuestra triste ciudad. ¡Es demasiado! Y no se va a detener. Se siguen vendiendo decenas de miles de carros todos los meses en este país y no se construye ni un milímetro de vialidad.
Pronto no quedará más remedio que apagar el carro cuando veamos que la cola en la que estamos dejó de moverse para siempre, darle al botón de la alarma e irnos caminando a nuestras casas.

8 comentarios:

P. E. Rodríguez/R.Coll dijo...

Una estupenda manera de escribir sobre esa desolación, Cronopiashion.

Metidos allí, en esa feria interminable, con el cielo entintado de rojo, una a veces piensa que se trata de los verdaderos signos del apocalipsis: nada de trompetas angélicas furiosas, nada de efectos especiales, pura cotidianidad, pura sucesión de errores, omisiones y desganos.

Abrazo.

Cronopio dijo...

Es exactamente eso, el apocalipsis, el fin. Yo no quiero ni pensar las secuelas psicológicas que tendrá en el futuro ese cúmulo de horas que pasa uno voluntariamente (esa es la peor parte) encerrado en el tráfico.
Un abrazo por allá!

Daniel Pacheco dijo...

Ya no me queda ninguna duda... voy por la moto...

Viandante dijo...

Mi querido cronopio, le tengo la solución: !camine! En el DF (que hay más tráfico que en CCS) camino, uso el metro y el transporte público, el carro es para la carretera y para las noches. Haga ejercicio, empápese de los insights del consumidor y no contamine. ¿Qué le parece? A lo mejor le parece un horror o la ubicación de su vivienda no se lo permite, en esa caso le doy el pésame compañero.

Un abrazo

Cronopio dijo...

Viandante,

Gracias por el pésame. Como ya sabes, Caracas no está hecha para caminarse (renault dixit). Viviendo en Guaicoco, caminar supondría aventurarme en una montaña repleta de basura y motorizados para llegar, dos o tres horas después, a algún sitio civilizado. ¿Transporte público por esa zona? mejor ni entrar en esos detalles. Quizá la diferencia está en que DF es, a pesar de todo, una ciudad. Caracas es más un conglomerado de gente.
Abrazos por allá

Anónimo dijo...

Gracias por el consuelo Cronopio. Mientras intento entrar cada mañana en un vagón del metro o mientras subo en carreras las cuatro cuadras que me separan de la Francisco de Miranda al colegio de mi hija, maldiciendo los tacones que uso para ir al trabajo y el mal estado de las aceras, todos los días me pregunto ¿cuándo es que tendré carro?
Ya leí hace unos días un post de Rcoll que hablaba sobre las colas y cada vez que tomo un taxi las sufro en carne propia. ¿Cuál es la solución entonces para esta ciudad? Una moto ni pensarlo. El transporte público, además de inseguro y abarrotado de gente, también padece el mal de las colas. El metro dese hace tiempo dejó de ser La gran solución para Caracas. ¿Cuál será entonces la solución? Habrá quien tenga una respuesta

Viandante dijo...

Mi querido Cronopio,
percibo cierta hostilidad en su respuesta. Tal vez no tuvo muy en gracia mi comentario. A lo mejor Caracas no es una ciudad para caminarse, pero como nunca he tenido carro y muchos años viví en San Antonio, se imaginará el calvario para llegar a la civilización, así que lo comprendo. Pero no quise predisponerlo, yo me lo tomaba con filosfía y leía en el tráfico para no enloquecer (lo sigo haceindo). Respecto al DF, sigue siendo Latinoamérica, tampoco es un jardín de rosas. En cualquier caso, tú no vives en el DF y tiene mucho que no piso CCS, si estuviera allá seguramente te daría la razón.

Recibe un abrazo

Cronopio dijo...

Estimada Viandante,

Créeme que no hubo ninguna hostilidad en el mensaje. Más bien quise expresarlo con un humor negro que, por lo visto, me salió mal. Entiendo y comparto totalmente tu punto. Viéndolo bien, posiblemente mi hostilidad sea con esta ciudad que cada día quiero menos. Yo recién tuve carro cuando entré en Publicis. También estudié y viví largas y satisfactorias lecturas entre La California y Capitolio. Leo siempre con satisfacción tus post y aprecio tus visitas, por lo que lo menos que quiero es sonar hostil en mis respuesta. Tu pésame del post anterior fue bien tomado, porque no hay otra que hacer que vivir el duelo de habitar esta ciudad venida a menos.
Un abrazo fuerte desde alguna cola caraqueña.