Opiniones calificadas
Como parte de este proceso en el que me hallo inmerso de reflexión (y temor) por lo que pueda ocurrir en este país, decidí dedicarle un espacio de mi blog (cuyo objetivo nunca fue comentar hechos políticos) a alguno de los artículos de opinión que a mi juicio mejor describen y comentan el acontecer nacional. Espero lo disfruten, o al menos, lo encuentren interesante.
Saludos.
C.
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El Nacional - Domingo 14 de Enero de 2007 D/3
Siete Días
¿Socialismo o autoritarismo?
TULIO HERNÁNDEZ
Coincido con Ramón Piñango en la idea de que no deberíamos temerle a priori al socialismo como propuesta de organización social, pues resulta innegable que el pensamiento socialista ha tenido una influencia positiva en el diseño de políticas sociales en unas cuantas naciones del mundo como, por ejemplo, la socialdemocracia de los países nórdicos y el laborismo inglés. A lo que me permito agregarle que ha sido en el campo socialista, en sus más diversas variantes, donde ha existido mayor preocupación por la lucha contra las desigualdades sociales, los excluidos, los derechos de las minorías, los inmigrantes y los problemas de género.
Esta consideración, desarrollada por el exdirector del Instituto de Estudios Superiores de Administración en un artículo titulado "Quién le teme al socialismo" (El Nacional, 11 de enero de 2007, A-8), pone en el tapete la necesidad que tenemos –de manera especial, las sociedades con grandes desigualdades sociales, debilidades institucionales y dificultades para la convivencia pacífica– de explorar creativamente en la búsqueda de grandes soluciones a nuestros problemas sin despreciar ninguna fuente de pensamiento y sin dejar de reconocer, a la vez, los grandes errores y las monstruosidades que han generado, cada uno a su manera, tanto los fanáticos del socialismo como los del capitalismo.
No está de más recordar que la aplicación dogmática y obcecada de algunas ideas de Marx, interpretadas a su manera, por ejemplo, por el leninismo y el estalinismo, condujeron a regímenes socialistas burocráticos que terminaron lesionando precisamente a aquellos sectores de la sociedad a los que se proponía redimir, razón por la cual a la larga se desmoronaron sin que nadie saliera en su defensa.
Y, para ser justos, debemos recordar también que la ortodoxa aplicación de los ajustes neoliberales hechos a la medida del Consenso de Washington contribuyeron a ensanchar dramáticamente la brecha social en América Latina tanto como las respuestas militaristas al avance de los movimientos populares de los años 60 y 70 –hechas en nombre de la libertad y la propiedad, especialmente en el Cono Sur– que no sólo significaron una gran involución para las democracias sino que trajeron consigo sagas de opresión y muerte que todavía hacen sangrar la memoria de los países que las padecieron.
2 En una de las secuenciasfinales de La caída, el film del director alemán Oliver Hirschbiegel en el que se narran los últimos 12 días de Hitler y el Tercer Reich, ha quedado convincentemente retratado el grado de fanatismo que llegan a profesar quienes adquieren la convicción de que para hacer más justas, o más grandiosas, o más igualitarias a sus respectivas sociedades, es indispensable imponerles, por la fuerza extrema si es necesario, un inmenso corsé (o hacerle tragar un repugnante jarabe) preconcebido en sus más mínimos detalles por una élite empeñada en crear un hombre nuevo, defender la supremacía de una raza o nación o llevar la libertad por el mundo.
En la secuencia mencionada, ante la evidencia de la derrota del ejército fascista alemán, como lo hizo el mismo Fuhrer y una buena parte de la alta jerarquía de su régimen, Joseph Goebbels y su esposa han decidido poner fin a sus vidas y junto a ellas las de sus hijos. La madre, fríamente, como si de una golosina se tratara, hace tomar a cada niño su dosis de veneno y al momento de tomar la suya, en una escena memorable, dice a manera de despedida, algo así como: "Sin el nacionalsocialismo la vida no vale la pena ser vivida". Es decir: "Patria o muerte", "Socialismo o muerte", "Nacionalsocialismo o muerte", "Propiedad, familia y libertad o muerte", o "Modelo de sociedad que yo defiendo o muerte". En este caso, la muerte propia, en otros la de quienes se me oponen.
3 Si extrapolamos estas consi-deraciones a la situación venezolana del presente podemos decir que el quid del asunto no es si discutimos o no sobre el socialismo –tema por demás legítimo, como toda búsqueda de alternativas a las inequidades del presente–, sino en la manera cómo se propone desde el poder no una discusión sino la imposición de un modelo cuyos contenidos hasta el momento sólo han tenido como fuente única la cabeza y el verbo del Presidente, voz incuestionable y mayor de un proceso que ha ido aniñando en funciones de obediencia ciega a todos cuanto rodean al líder en ejercicio de gobierno.
Y así volvemos a la reflexión central de Piñango cuando sostiene que "el socialismo, al igual que la religión y el desarrollo económico, ha sido utilizado muchas veces para enmascarar proyectos totalitarios". Si analizamos con cuidado las propuestas y proyectos anunciados a lo largo de la semana por el Presidente de la República, encontramos que la mayoría de ellos está asociada, primero, a garantizar su permanencia en el poder hasta el momento de su muerte; segundo, a desarticular toda forma de poder local electo democráticamente –alcaldía y gobernaciones– en donde los movimientos opositores puedan tener representación mayoritaria; y tercero, al control estatal de unos cuantos servicios –electricidad, telecomunicaciones, televisión– asociados al tema de la opinión pública, las comunicaciones y el control social que, generalmente, en las sociedades con democracias avanzadas sólo son asumidas por el Estado cuando hay notables fallas de mercado.
Aparte de las formas de propiedad estatistas –que ya hemos conocido tanto en el bloque soviético como en el capitalismo de Estado a la manera del primer gobierno de Pérez–, y algunas formas aún periféricas y subsidiadas de prácticas cooperativistas –que operan sin contradicción desde hace mucho tiempo en numerosos países capitalistas–, no parece dibujarse en los bocetos del Presidente nada verdaderamente nuevo que anuncie un esfuerzo de pensamiento e imaginación para generar una nueva cultura económica con sus correspondientes prácticas apuntando a superar la pobreza y las profundas desigualdades sociales por una vía que no dependa del rentismo y del viejo papel redistribucionista del Estado.
En una suerte de revival de los lugares comunes del socialismo burocrático soviético-cubano, el socialismo que se anuncia no tiene nada de siglo XXI por cuanto coloca, otra vez, al Estado y al Partido Único por encima del ciudadano y los movimientos sociales dejando, en el fondo, intactas las lógicas de dominación que retóricamente se anuncia que se quieren transformar cambiando en realidad sólo los actores que ejercen el dominio partiendo de la lógica de que a través de él –el Único, el Padrecito, el Caudillo– el pueblo se expresa por su voz. Una historia suficientemente repetida a lo largo del siglo XX.
Saludos.
C.
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El Nacional - Domingo 14 de Enero de 2007 D/3
Siete Días
¿Socialismo o autoritarismo?
TULIO HERNÁNDEZ
Coincido con Ramón Piñango en la idea de que no deberíamos temerle a priori al socialismo como propuesta de organización social, pues resulta innegable que el pensamiento socialista ha tenido una influencia positiva en el diseño de políticas sociales en unas cuantas naciones del mundo como, por ejemplo, la socialdemocracia de los países nórdicos y el laborismo inglés. A lo que me permito agregarle que ha sido en el campo socialista, en sus más diversas variantes, donde ha existido mayor preocupación por la lucha contra las desigualdades sociales, los excluidos, los derechos de las minorías, los inmigrantes y los problemas de género.
Esta consideración, desarrollada por el exdirector del Instituto de Estudios Superiores de Administración en un artículo titulado "Quién le teme al socialismo" (El Nacional, 11 de enero de 2007, A-8), pone en el tapete la necesidad que tenemos –de manera especial, las sociedades con grandes desigualdades sociales, debilidades institucionales y dificultades para la convivencia pacífica– de explorar creativamente en la búsqueda de grandes soluciones a nuestros problemas sin despreciar ninguna fuente de pensamiento y sin dejar de reconocer, a la vez, los grandes errores y las monstruosidades que han generado, cada uno a su manera, tanto los fanáticos del socialismo como los del capitalismo.
No está de más recordar que la aplicación dogmática y obcecada de algunas ideas de Marx, interpretadas a su manera, por ejemplo, por el leninismo y el estalinismo, condujeron a regímenes socialistas burocráticos que terminaron lesionando precisamente a aquellos sectores de la sociedad a los que se proponía redimir, razón por la cual a la larga se desmoronaron sin que nadie saliera en su defensa.
Y, para ser justos, debemos recordar también que la ortodoxa aplicación de los ajustes neoliberales hechos a la medida del Consenso de Washington contribuyeron a ensanchar dramáticamente la brecha social en América Latina tanto como las respuestas militaristas al avance de los movimientos populares de los años 60 y 70 –hechas en nombre de la libertad y la propiedad, especialmente en el Cono Sur– que no sólo significaron una gran involución para las democracias sino que trajeron consigo sagas de opresión y muerte que todavía hacen sangrar la memoria de los países que las padecieron.
2 En una de las secuenciasfinales de La caída, el film del director alemán Oliver Hirschbiegel en el que se narran los últimos 12 días de Hitler y el Tercer Reich, ha quedado convincentemente retratado el grado de fanatismo que llegan a profesar quienes adquieren la convicción de que para hacer más justas, o más grandiosas, o más igualitarias a sus respectivas sociedades, es indispensable imponerles, por la fuerza extrema si es necesario, un inmenso corsé (o hacerle tragar un repugnante jarabe) preconcebido en sus más mínimos detalles por una élite empeñada en crear un hombre nuevo, defender la supremacía de una raza o nación o llevar la libertad por el mundo.
En la secuencia mencionada, ante la evidencia de la derrota del ejército fascista alemán, como lo hizo el mismo Fuhrer y una buena parte de la alta jerarquía de su régimen, Joseph Goebbels y su esposa han decidido poner fin a sus vidas y junto a ellas las de sus hijos. La madre, fríamente, como si de una golosina se tratara, hace tomar a cada niño su dosis de veneno y al momento de tomar la suya, en una escena memorable, dice a manera de despedida, algo así como: "Sin el nacionalsocialismo la vida no vale la pena ser vivida". Es decir: "Patria o muerte", "Socialismo o muerte", "Nacionalsocialismo o muerte", "Propiedad, familia y libertad o muerte", o "Modelo de sociedad que yo defiendo o muerte". En este caso, la muerte propia, en otros la de quienes se me oponen.
3 Si extrapolamos estas consi-deraciones a la situación venezolana del presente podemos decir que el quid del asunto no es si discutimos o no sobre el socialismo –tema por demás legítimo, como toda búsqueda de alternativas a las inequidades del presente–, sino en la manera cómo se propone desde el poder no una discusión sino la imposición de un modelo cuyos contenidos hasta el momento sólo han tenido como fuente única la cabeza y el verbo del Presidente, voz incuestionable y mayor de un proceso que ha ido aniñando en funciones de obediencia ciega a todos cuanto rodean al líder en ejercicio de gobierno.
Y así volvemos a la reflexión central de Piñango cuando sostiene que "el socialismo, al igual que la religión y el desarrollo económico, ha sido utilizado muchas veces para enmascarar proyectos totalitarios". Si analizamos con cuidado las propuestas y proyectos anunciados a lo largo de la semana por el Presidente de la República, encontramos que la mayoría de ellos está asociada, primero, a garantizar su permanencia en el poder hasta el momento de su muerte; segundo, a desarticular toda forma de poder local electo democráticamente –alcaldía y gobernaciones– en donde los movimientos opositores puedan tener representación mayoritaria; y tercero, al control estatal de unos cuantos servicios –electricidad, telecomunicaciones, televisión– asociados al tema de la opinión pública, las comunicaciones y el control social que, generalmente, en las sociedades con democracias avanzadas sólo son asumidas por el Estado cuando hay notables fallas de mercado.
Aparte de las formas de propiedad estatistas –que ya hemos conocido tanto en el bloque soviético como en el capitalismo de Estado a la manera del primer gobierno de Pérez–, y algunas formas aún periféricas y subsidiadas de prácticas cooperativistas –que operan sin contradicción desde hace mucho tiempo en numerosos países capitalistas–, no parece dibujarse en los bocetos del Presidente nada verdaderamente nuevo que anuncie un esfuerzo de pensamiento e imaginación para generar una nueva cultura económica con sus correspondientes prácticas apuntando a superar la pobreza y las profundas desigualdades sociales por una vía que no dependa del rentismo y del viejo papel redistribucionista del Estado.
En una suerte de revival de los lugares comunes del socialismo burocrático soviético-cubano, el socialismo que se anuncia no tiene nada de siglo XXI por cuanto coloca, otra vez, al Estado y al Partido Único por encima del ciudadano y los movimientos sociales dejando, en el fondo, intactas las lógicas de dominación que retóricamente se anuncia que se quieren transformar cambiando en realidad sólo los actores que ejercen el dominio partiendo de la lógica de que a través de él –el Único, el Padrecito, el Caudillo– el pueblo se expresa por su voz. Una historia suficientemente repetida a lo largo del siglo XX.
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