Opiniones calificadas (II)
El Nacional - Domingo 14 de Enero de 2007 | D/3 |
Siete Días
Historias del Partido Único
| SIMÓN ALBERTO CONSALVI |
La historia del siglo XX está signada por los avatares y desastres de los partidos únicos, indistintamente de izquierda o de derecha. Los partidos únicos fueron los instrumentos a través de los cuales se consolidaron los regímenes totalitarios de Adolfo Hitler, José Stalin, Benito Mussolini y Francisco Franco en Europa, y de todos aquellos que en diferentes escalas impusieron regímenes de fuerza en otras partes del mundo. Los partidos únicos formaban parte de las estructuras de dominación ideológica de las sociedades. Contra la disidencia había una sola respuesta: la persecución o el exterminio, los campos de concentración, el gulag, el destierro a Siberia, la muerte, el exilio.
Quienes resistieron en la Unión Soviética o en la Alemania nazi, en la Italia fascista o en la España negra, o en las naciones sojuzgadas tras la Cortina de Hierro, (Vackav Havel, Milan Kundera, Imre Kertész), escribieron las páginas más singulares del siglo. No fue sólo la expresión política, la diversidad de pensamiento, las heterogéneas formas de ver o de entender al mundo las que estaban prohibidas. Albert Einstein, un científico con abiertas inclinaciones hacia la política y el compromiso social como investigador, profundamente persuadido de la armonización de las relaciones entre ciencia y sociedad, una vez apoderado Hitler y su partido nacional socialista de Alemania, no tuvo otra alternativa que abandonar su país.
Igual le sucedió al novelista Thomas Mann: tuvo que huir de Alemania. También el arte y los grandes artistas fueron perseguidos porque no se sometían al catecismo nazista. Hace setenta años, en 1937, Adolfo Hitler inauguró en Munich lo que el implacable Joseph Goebbels bautizó como la "Gran Exposición del Arte Degenerado".
Allí estaban los grandes pintores del siglo, objetos de befa y vilipendio: Ernst, Grosz, Kirchner, Klee, Nolde. En alguna página de su Diario, Goebbels escribió: "No hay necesidad de dialogar con las masas, los slogans son mucho más efectivos. Éstos actúan en las personas como lo hace el alcohol. La muchedumbre no reacciona como lo haría un hombre, sino como una mujer, sentimental en vez de inteligente. La propaganda es un arte, difícil pero noble, que requiere de genialidad para llevarla a cabo". A pesar de ese desdén por las mujeres, después del éxito sensacional de El Ángel azul, (la historia de un payaso), tanto el Fuhrer como el propio Goebbels pretendieron reconquistar a Marlene Dietrich, pero ya era tarde: estaba fuera de Alemania y, como respuesta a los cantos de sirena, ella respondió, simplemente, que no viviría en un país sin libertad, o sea, en el país del partido único del nacional socialismo. Para la Dietrich, su Alemania era tierra vedada. La desvelaba la pesadilla de la Gestapo.
Las historias de los partidos únicos llenaron el siglo XX. Fueron partidos esencialmente de pensamiento regimentado; sus raíces se remontan y se vinculan a tiempos oscuros, a la intolerancia, a la era de la Santa Inquisición, a la quema de herejes, a aquellos frailes demenciales que fueron Girolamo Savonarola y Tomás de Torquemada, para quienes sólo en la hoguera se purgaba la disidencia.
Política o religiosa, la intolerancia sólo tiene un nombre: es la guerra contra la cultura y contra la pluralidad. Contra los privilegios del ser humano de pensar o imaginar. No ha habido un país democrático, en ninguna parte del mundo, donde se haya establecido el partido único sin alterar sustancialmente el entramado social y sin condenar a todo el mundo a la más devastadora mediocridad. El partido único es la negación de la democracia, cuya esencia y razón de ser es la pluralidad. También es la negación de la persona y de sus derechos humanos. Partido único es todo lo opuesto a libertad, a deliberación, debate, confrontación de ideas y de alternativas.
Abundaban razones para suponer que la idea de establecer partidos únicos no reaparecería en el panorama de la política. Pertenecía a las más deplorables experiencias del pasado, experiencias derrotadas por la historia, a prácticas que nadie se atrevería a reivindicar, y, menos aún a proponer en un país como Venezuela. Sin embargo, el establecimiento del partido único ocupa lugar preeminente en la agenda del Presidente de la República, y lo ha propuesto de manera urgente, y, en términos ya de "partido único", al advertirle a sus aliados que los votos del 3 de diciembre "fueron sólo votos suyos, personales", que los de ellos no contaron para nada, y que, en última instancia, "lo toman o lo dejan".
No se les reconoce ni siquiera la humilde contribución de comparsa. Es decir, que el partido único de la revolución bolivariana es un hecho, haya o no haya Asamblea para discutirlo, y el cual sería en todo caso una ceremonia donde los convocados ensayarían el harakiri. Un tributo a la revolución, que comienza por devorar a sus adeptos.
De manera que la veintena de organizaciones políticas que acamparon bajo el paraguas de "la revolución bolivariana, participativa y protagónica", han sido invitadas a la rendición incondicional y a la disolución. La Asamblea Nacional será un congreso de honras fúnebres. No se llamará partido único, (por las evocaciones de historias ingratas ya referidas), sino Partido Socialista Unido de Venezuela. El mismo musiú con diferente cachimbo. A los líderes de esas organizaciones se les promete un destino poco generoso, no habrá herederos de la inmolación, ni jerarquías de consuelo. Los nuevos líderes del PSUV, ha dispuesto el Presidente, "sólo serán aquellos que elijan las bases". No es un secreto la forma como operan y deciden las "bases" en tales sistemas: Partido Único, jefe único.
Si hasta el presente, entre las organizaciones supuestamente aliadas, ha predominado el unanimismo, la incondicionalidad como táctica, la renuncia a las más mínimas observaciones, podemos imaginar el panorama que se promete bajo el partido único. Quizás se les exigirá a los "nuevos líderes" los doctorados en marxismo que ofrece la Universidad Experimental de la Fuerza Armada. De donde menos se piensa, salta la liebre. ¿Imaginó usted alguna vez, en sus desvelos o en sus pesadillas, que una institución militar venezolana ofreciera esos doctorados? Con el partido único, en fin, puede suceder lo que la famosa Dietrich refería de mujeres y de hombres. "Las mujeres, sostenía, hacemos lo imposible por cambiar a los hombres, y después que cambian, no nos gustan". Veremos qué nos deparará el Partido Socialista Unido (no único) de Venezuela. A lo mejor, tampoco le gusta al Jefe Único.
Quienes resistieron en la Unión Soviética o en la Alemania nazi, en la Italia fascista o en la España negra, o en las naciones sojuzgadas tras la Cortina de Hierro, (Vackav Havel, Milan Kundera, Imre Kertész), escribieron las páginas más singulares del siglo. No fue sólo la expresión política, la diversidad de pensamiento, las heterogéneas formas de ver o de entender al mundo las que estaban prohibidas. Albert Einstein, un científico con abiertas inclinaciones hacia la política y el compromiso social como investigador, profundamente persuadido de la armonización de las relaciones entre ciencia y sociedad, una vez apoderado Hitler y su partido nacional socialista de Alemania, no tuvo otra alternativa que abandonar su país.
Igual le sucedió al novelista Thomas Mann: tuvo que huir de Alemania. También el arte y los grandes artistas fueron perseguidos porque no se sometían al catecismo nazista. Hace setenta años, en 1937, Adolfo Hitler inauguró en Munich lo que el implacable Joseph Goebbels bautizó como la "Gran Exposición del Arte Degenerado".
Allí estaban los grandes pintores del siglo, objetos de befa y vilipendio: Ernst, Grosz, Kirchner, Klee, Nolde. En alguna página de su Diario, Goebbels escribió: "No hay necesidad de dialogar con las masas, los slogans son mucho más efectivos. Éstos actúan en las personas como lo hace el alcohol. La muchedumbre no reacciona como lo haría un hombre, sino como una mujer, sentimental en vez de inteligente. La propaganda es un arte, difícil pero noble, que requiere de genialidad para llevarla a cabo". A pesar de ese desdén por las mujeres, después del éxito sensacional de El Ángel azul, (la historia de un payaso), tanto el Fuhrer como el propio Goebbels pretendieron reconquistar a Marlene Dietrich, pero ya era tarde: estaba fuera de Alemania y, como respuesta a los cantos de sirena, ella respondió, simplemente, que no viviría en un país sin libertad, o sea, en el país del partido único del nacional socialismo. Para la Dietrich, su Alemania era tierra vedada. La desvelaba la pesadilla de la Gestapo.
Las historias de los partidos únicos llenaron el siglo XX. Fueron partidos esencialmente de pensamiento regimentado; sus raíces se remontan y se vinculan a tiempos oscuros, a la intolerancia, a la era de la Santa Inquisición, a la quema de herejes, a aquellos frailes demenciales que fueron Girolamo Savonarola y Tomás de Torquemada, para quienes sólo en la hoguera se purgaba la disidencia.
Política o religiosa, la intolerancia sólo tiene un nombre: es la guerra contra la cultura y contra la pluralidad. Contra los privilegios del ser humano de pensar o imaginar. No ha habido un país democrático, en ninguna parte del mundo, donde se haya establecido el partido único sin alterar sustancialmente el entramado social y sin condenar a todo el mundo a la más devastadora mediocridad. El partido único es la negación de la democracia, cuya esencia y razón de ser es la pluralidad. También es la negación de la persona y de sus derechos humanos. Partido único es todo lo opuesto a libertad, a deliberación, debate, confrontación de ideas y de alternativas.
Abundaban razones para suponer que la idea de establecer partidos únicos no reaparecería en el panorama de la política. Pertenecía a las más deplorables experiencias del pasado, experiencias derrotadas por la historia, a prácticas que nadie se atrevería a reivindicar, y, menos aún a proponer en un país como Venezuela. Sin embargo, el establecimiento del partido único ocupa lugar preeminente en la agenda del Presidente de la República, y lo ha propuesto de manera urgente, y, en términos ya de "partido único", al advertirle a sus aliados que los votos del 3 de diciembre "fueron sólo votos suyos, personales", que los de ellos no contaron para nada, y que, en última instancia, "lo toman o lo dejan".
No se les reconoce ni siquiera la humilde contribución de comparsa. Es decir, que el partido único de la revolución bolivariana es un hecho, haya o no haya Asamblea para discutirlo, y el cual sería en todo caso una ceremonia donde los convocados ensayarían el harakiri. Un tributo a la revolución, que comienza por devorar a sus adeptos.
De manera que la veintena de organizaciones políticas que acamparon bajo el paraguas de "la revolución bolivariana, participativa y protagónica", han sido invitadas a la rendición incondicional y a la disolución. La Asamblea Nacional será un congreso de honras fúnebres. No se llamará partido único, (por las evocaciones de historias ingratas ya referidas), sino Partido Socialista Unido de Venezuela. El mismo musiú con diferente cachimbo. A los líderes de esas organizaciones se les promete un destino poco generoso, no habrá herederos de la inmolación, ni jerarquías de consuelo. Los nuevos líderes del PSUV, ha dispuesto el Presidente, "sólo serán aquellos que elijan las bases". No es un secreto la forma como operan y deciden las "bases" en tales sistemas: Partido Único, jefe único.
Si hasta el presente, entre las organizaciones supuestamente aliadas, ha predominado el unanimismo, la incondicionalidad como táctica, la renuncia a las más mínimas observaciones, podemos imaginar el panorama que se promete bajo el partido único. Quizás se les exigirá a los "nuevos líderes" los doctorados en marxismo que ofrece la Universidad Experimental de la Fuerza Armada. De donde menos se piensa, salta la liebre. ¿Imaginó usted alguna vez, en sus desvelos o en sus pesadillas, que una institución militar venezolana ofreciera esos doctorados? Con el partido único, en fin, puede suceder lo que la famosa Dietrich refería de mujeres y de hombres. "Las mujeres, sostenía, hacemos lo imposible por cambiar a los hombres, y después que cambian, no nos gustan". Veremos qué nos deparará el Partido Socialista Unido (no único) de Venezuela. A lo mejor, tampoco le gusta al Jefe Único.
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