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miércoles, 20 de febrero de 2008

Renuncia


Reflexionando en una cola pensé que el signo dominante de la vida del caraqueño, el leitmotiv de todos nosotros, es la renuncia. 

Así como suena y se lee, con esa contundencia horrible escondida detrás de sus símbolos, con ese terrible tufo a resignación y a “indefensión aprendida” que tanto nos obstinamos en negar. Así y todo, el signo dominante, el verbo que mejor nos describe, es renuncia. El DRAE la define así: 


f. Dimisión o dejación voluntaria de algo que se posee, o del derecho a ello.


Pues ateniéndonos a la Real Academia, hemos ido, poco a poco, dimitiendo de las cosas que poseíamos. 


Por ejemplo:


Hemos renunciado al sosiego y la paz en casi todas sus expresiones. El que lo dude, sólo debe recuperar de la memoria (y quizá del estómago) la sensación de frío y temor que se siente cuando se para una moto con dos ocupantes justo al lado de nuestro carro en alguna de las múltiples e infinitas colas de Caracas. 


Hemos renunciado al hogar, es decir, al disfrute de la casa. Salimos a horas de peón de ordeño y llegamos siempre tarde, agotados, sólo pensando en comer y dormir. 


Hemos cedido minúsculas pero preciosas libertades, como la de poder comprar la marca y el tipo de leche que más nos provoque.


Hemos asumido una prohibición de salida del país, velada y aparentemente tenue por ahora, pues hemos resignado el derecho a acceder al tipo de moneda que queramos (sin contar la práctica abolición del comercio en internet). 


Hemos renunciado al buen trato, dejando que se nos veje en cualquier establecimiento comercial o de servicio público. A propósito de esto, hemos renunciado casi totalmente al “buenos días / tardes / noches”.


De todas las anteriores y muchas más que no menciono, se pueden desprender o desglosar numerosas formas o expresiones adicionales de la renuncia. Es por eso que cuando se analizan las aspiraciones de los Venezolanos se nota que las mismas son increíblemente humildes. En mi caso particular, mis aspiraciones se concentrar en poder salir de mi casa bastante después del amanecer, bien desayunado (es decir, en calma y comiendo lo que quiera en mi casa) y llegar en lo posible antes del anochecer; no pasar las casi 4 horas que paso en las colas; no sentir miedo a que algo me pase a mi o a los míos que raya ya en la paranoia pura y simple; poder tener agua las 24 horas del día, los 7 días de la semana y los 365 días del año; no tener que sentirme como frente a un hallazgo prehistórico cada vez que veo un litro de leche “Mi Vaca” en un anaquel o una despensa; poder pensar sin demasiado esfuerzo e intelectualización que en Venezuela mi hijo podrá tener algo relativamente cercano a lo que muchos entendemos por la palabra futuro. Son, como se ven, todas aspiraciones humildes. 


Me pregunto entonces: ¿Es posible iniciar un movimiento de renuncia a la renuncia?