jueves, 14 de diciembre de 2006

Tañen por nosotros







En vista de que la fiebre del blog me consume y, además, de que no hallo que más colocar en él, me veo obligado a subir una reflexión de mi cosecha en razón de los atroces homicidios de los hermanos Faddoul (remember, anyone?). Sabran disculpar el anacronismo.



RC.
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No odies a tu enemigo,
porque si lo haces,
eres de algún modo su esclavo.
Tu odio nunca será mejor que tu paz.

Fragmentos de un Evangelio Apócrifo
Jorge Luis Borges

No man is an island, entire of itself;
every man is a piece of the continent,
a part of the main. (…)
Any man’s death diminishes me,
because I am involved in mankind,
and therefore,
never send to know for whom the bell tolls;
it tolls for thee

John Donne,
Devotions upon emergent occasions,
Chapter 17.


En la mañana de un miércoles, que ha podido ser como cualquier otro, las voces matutinas de la radio y los titulares de la prensa me invadieron y conmovieron en lo más hondo. Tres niños y su chofer son hallados sin vida en un monte anónimo, dando de esa manera fin a 42 días de incertidumbre; incertidumbre que se transforma, desde la tinta de los titulares, en agonía e indignación de todos.


La noticia me invade, no me deja en paz, me sacude. Lo mismo le ocurre a miles de personas que se lanzan a las calles a protestar por el brutal homicidio. Ese miércoles parece unir la voz de todos los caraqueños que piden a gritos justicia. Se dejan oír en los diferentes medios diversidad de opiniones y manifestaciones condenando el hecho. Se cierran autopistas, se encienden las luces de emergencia de los carros, se reseña la abominable noticia una y otra vez. Es imposible no conmoverse. Es imposible escapar. La muerte se presenta insolente frente a todos nosotros y nos muestra una de sus caras más horrendas y todos, sin distingo alguno, respondemos con temor. ¿Por qué, sin embargo, este hecho parece tan singular? ¿Son estos hermanos los primeros en encontrarse con la muerte de esta manera tan atroz? La respuesta a la primera pregunta es esquiva. La segunda, no obstante, parece unívocamente negativa. Diariamente en Caracas cientos de niños y adolescente se enfrentan con una realidad que no eligieron y que muchos juzgamos ajena. Ellos se alimentan de la basura, se prostituyen en las calles, se mueren de inanición o de sobredosis abandonados bajo algún puente, pero nadie parece notarlo. O mejor, nadie parece querer notarlo. Ese tipo de tragedias siempre le ocurre a otro. Pienso entonces en las palabras de Donne. Pienso en la sociedad, en los valores, en la decadencia, en el cinismo. Pienso y me asusto. Escucho y me indigno. Se nos cayó a todos el velo psicológico que nos defendía de esa realidad, haciendo cruelmente precisas las palabras del poeta inglés. Nadie es una isla. Todos somos parte del mismo continente. Un hombre es todos los hombres. Un niño es todos los niños.

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