miércoles, 14 de febrero de 2007

Del diario de Bioy


Por esos azares que dominan nuestro día a día, fui a parar ayer frente a la modesta biblioteca que todavía no he mudado de casa de mis padres y me tropecé con el libro "Descanso de Caminantes" que escribiera Adolfo Bioy Casares y que se publicó póstumamente. El tomo en cuestión recoge buena parte de su diario personal, y al igual que lo que ocurre en las colecciones de la correspondencia de autores famosos, nos permite acercarnos más al escritor - persona, al ser humano detrás de la prosa deslumbrante.

Dos notas llamaron mi atención. La primera es la escrita el 12 de febrero de 1984, referida obviamente a la muerte de Cortázar y en la que Bioy se lamenta no haber podido salvar las distancias que la política interpuso entre ambos escritores. Las comparto con uds para evitar interpretaciones.

12 de febrero de 1984: Muerte de Cortázar. Vlady me previno: “escribile pronto. Está enfermo. Va a morir”. Como siempre, me dejé estar. Yo quería agradecerle la extraordinaria generosidad de referirse a mi, tan elogiosa, tan amistosamente en su admirable “Diario de un cuento”. La carta era difícil. ¿Cómo explicar, sin exageraciones, sin falsear las cosas, la afinidad que siento con él si en política muchas veces hemos estado en posiciones encontradas? Es comunista, soy liberal. Apoyó la guerrilla; la aborrezco, aunque las modalidades de la represión en nuestro país me horrorizaron. Nos hemos visto pocas veces. Me he sentido amigo de él. Si estuviéramos en un mundo en que la verdad se comunicara directamente, sin necesidad de las palabras, que exageran o disminuyen, le hubiera dicho que siempre lo sentí cerca y que en lo esencial estábamos de acuerdo. Pero, ¿la política no era esencial para él? Voy a contestar por mi. Aunque sea difícil distinguir el hombre de sus circunstancias, es posible y muchas veces lo hacemos. Yo sentía cierta hermandad con Cortázar, como hombre y como escritor. Sentí afecto por la persona. Además estaba seguro que para él y para mí este oficio de escribir era el mismo y lo principal de nuestras vidas. No porque lo creyéramos sublime; simplemente porque siempre fue nuestro afán.


La otra nota que me impacto terriblemente fue la que escribió el 14 de junio de 1986, el día que murió Jorge Luis Borges en Ginebra. En ella vemos que Bioy se enteró en la calle, de boca de un extraño, acerca de la muerte de su entrañable amigo. ¿Cómo puede ser eso? ¿Quién podía imaginar que Bioy Casares, ávido colaborador de Borges, con quien escribiera varios tomos a cuatro manos, pudiese enterarse de la muerte de su amigo caminando por la calle? ¿Qué pudo haber sentido Bioy en esa tarde?

Igualmente intrigante es imaginar la escena en la que Borges le avisa a su amigo que no volverá, que morirá en el extranjero, porque significa pensar en una escena que uno creía imposible, sobretodo tratándose de un Borges que siempre afirmó anhelar la muerte, calificando de pesimista a aquellos que le preguntaban si viviría tanto como su madre.


Definitivamente, qué privilegio poder leer estas cosas y acercarnos un poco más a la humanidad de estos dioses de la literatura. Este es la nota del 14/06/86


Sábado, 14 de junio de 1986: Almorcé en La Biela, con Francis. Después decidí ir hasta el quiosco de Ayacucho y Alvear, para ver si tenía “Un experimento con el tiempo”. Quería un ejemplar para Carlos Pujols y otro para tener de reserva. Un individuo joven, cara de pájaro, que después supe que era el autor de un estudio sobre las Eddas que me mandaron hace meses, me saludó y me dijo, como excusándose: “hoy es un día muy especial”. Cuando por segunda vez dijo esa frase le pregunté: “¿Por qué?”. “Porque falleció Borges. Esta tarde murió en Ginebra”, fueron sus exactas palabras. Seguí mi camino. Pasé por el quiosco. Fui a otro de Callao y Quintana, sintiendo que eran mis primeros pasos en un mundo sin Borges. Que a pesar de verlo tan poco últimamente yo no había perdido la costumbre de pensar: “Tengo que contarle esto. Esto le va a gustar. Esto le va a parecer una estupidez”. Pensé: “Nuestra vida transcurre por corredores entre biombos. Estamos cerca unos de otros, pero incomunicados. Cuando Borges me dijo por teléfono desde Ginebra que no iba a volver y se le quebró la voz y cortó, ¿cómo no entendí que estaba pensando en su muerte? Nunca la creemos tan cercana. La verdad es que actuamos como si fuéramos inmortales. Quizá no pueda uno vivir de otra manera. Irse a morir a una ciudad lejana… tal vez no sea tan inexplicable. Cuando me he sentido muy enfermo a veces deseé estar sólo: como si la enfermedad y la muerte fueran vergonzosas, algo que uno quiere ocultar”.

C.



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